He retrasado la escritura de esta columna para poderla hacer lo más actual posible al momento de la publicación, dada la permanente evolución de los hechos en Venezuela luego de las elecciones. A casi el medio día del miércoles no hay una sola señal que indique que Nicolás Maduro y el chavismo permitirán un reconteo de las actas, o que –de hacerlo– lo harán con actas legítimas, y menos aún hay indicio de que están dispuestos a reconocer su derrota.
Los llamados de la comunidad internacional para que se haga un reconteo transparente de las actas, a pesar de que en ellos se incluyen voces amigas del régimen, como las de los Presidentes Lula y Petro, son inocuos. En el caso de Estados Unidos o de países con nula o menor afinidad ideológica con el chavismo/madurismo son inocuos porque el actual gobierno venezolano ha podido sobrevivir sin el apoyo de éstos, aún a costa del hambre y desespero del 30 % del pueblo que les conserva el apoyo. Y en el caso de los que sí son afines –como los ya mencionados gobiernos actuales de Brasil y Colombia– son inocuos porque son cautos, muy cautos.
Si bien Lula llamó este martes al reconteo de actas, también le restó relevancia a lo sucedido al asegurar que los medios en Brasil estaban reportando la situación en Venezuela como si fuera una tercera guerra mundial, cuando –dijo– es normal que haya controversias y existe el mecanismo para resolverlas. Lo que Lula no ve, o quizá no quiere ver o ve pero ignora, es que su par venezolano no está dispuesto a usar el mecanismo o a usarlo respetando las reglas del juego, pues ya las ha violado todas sin pudor, justamente porque no está dispuesto a dejar el poder. Y en el caso de la tardía reacción de Petro, su llamado a Maduro para que permita un escrutinio transparente y con veeduría legítima, más la alusión a que se garantice la paz en la vecina nación, sin intervención internacional, es – a mi juicio- una meticulosa manera de evitar dejar huellas que a la postre sirvan para desvirtuar posibles manejos futuros en nuestro propio país. Me refiero a que no reseñar y condenar hechos puntuales, como la expedición de un boletín sin haber presentado actas, la detención de opositores, la creación de una página para denunciar a ‘terroristas que ataquen al pueblo –entiéndase manifestantes que rechacen el resultado del CNE–, el rompimiento de relaciones con países que no han reconocido la supuesta reelección de Maduro, está muy por debajo del nivel de argumentación y detalle con el que en otros casos Gustavo Petro ha defendido la democracia y la soberanía de los países. Nada más recordar que se quedó en Guatemala ante la posibilidad de que no se pudiera posesionar el Presidente Arévalo. Entonces, la reacción del mandatario colombiano y la del brasilero son, por decir lo menos, inocuas, y poco tienen que ver –en el caso colombiano–, con no afectar los intereses del país o específicamente del gobierno, dado el apoyo de Venezuela a los diálogos de paz.
Ya el Presidente Petro ha puesto por debajo los intereses de Colombia, por ejemplo al romper relaciones con Israel, con el argumento de que es “inaceptable el extermino de un pueblo entero ante nuestros ojos”. Sí, tan inaceptable como el exterminio, aunque sea de otra manera, de otro pueblo entero, que está aún más cerca de nuestros ojos.
Lo que queda ante la inocuidad de la comunidad internacional y la imposibilidad de un proceso electoral legítimo es repetir, pero con más fuerza, la historia de 2014: protestar. Pero esta vez con más aguante.En el renovado liderazgo de María Corina Machado veo la única esperanza. Ella, que ya dio pasos utópicos al lograr un respaldo popular que parecía imposible, seguro no está pensando en rendirse, pero hay que rodearla con una contundencia estratégica, a la altura de su gesta.
Claudia Isabel Palacios Giraldo