Con la pandemia en un nuevo pico (¿tuvimos un no pico?), el 2021 será un año similar al 2020: trabajo/estudio en casa, distanciamiento social, sacudón del mercado laboral. Por ende, la reinvención, desgastada palabrita, sigue siendo necesaria. O díganme si no la incluyeron en sus propósitos de año nuevo. Les aseguro que incluso quienes no la dijeron literalmente sí que la implican en lo que se propusieron o están proyectando. No en vano, el año cerró con la aprobación de la ley de emprendimiento (la forma más común de reinvención), para “impulsar el ecosistema emprendedor”, que incluye mejor acceso a financiación, a compras públicas, a formación, y ordenar la institucionalidad para que quienes emprendan no se tropiecen con los mecanismos y las burocracias del Estado.
Y, claro, muy a tono con el ímpetu y la necesidad de reinventarse, en los más destacados medios del mundo nos llenaron de artículos periodísticos sobre las claves para emprender en 2021 y no morir en el intento, empezando por aquellos que nos contaron que los sectores más apropiados para lanzarse a esta aventura son el digital (banca digital, servicios digitales, comercio digital, educación y entretenimiento virtual, telemedicina, etc.), el logístico, y todo lo que comprenda sostenibilidad (energías renovables y economía circular en todas sus formas). Además, nos llenaron de cifras que evidencian que el capital está pulpito, esperando las mentes innovadoras que quieran sacarla del estadio. Por ejemplo, Invest in Bogotá dijo en octubre que los emprendimientos de la capital del país habían recibido a ese mes del 2020 la tercera parte del capital que había recaudado todo el sistema emprendedor de la ciudad en la última década.
¿Suficiente información para echarse al agua? Quizá sí, pensarán algunos. Pero, sin el ánimo de echarlos al ‘aguafiestas’, quiero compartirles algo que me tiene piense que piense en estos primeros días del año: la lectura de un libro que tenía en el cerro de libros pendientes por leer desde hace un tiempo, que ya es viejito (2012), pero que sigue vigente y dando que hablar. En La economía del bien común, el austriaco Christian Felber plantea conceptos que considero indispensables para tener en cuenta por quienes estén en proceso de reinvención o emprendimiento, especialmente tras un año que nos mostró que el bienestar individual está ligado irremediablemente al bienestar de todo lo demás, entendiendo que ‘lo demás’ son personas, sociedades y medio ambiente. Exhorta, por ejemplo, a “redefinir el éxito económico” con el argumento de que los indicadores monetarios, como el PIB, si bien dicen mucho de la acumulación de capital, no dicen nada sobre lo que realmente importa: la equidad o falta de ella, la distribución o monopolización, la satisfacción o infelicidad de las personas, entre otros aspectos. Y luego propone el “fin de la obligación de crecimiento” y el “tamaño óptimo”, conceptos que sustenta con una analogía sobre el crecimiento de los seres humanos, de quienes dice que no son menos exitosos por el hecho de no crecer ilimitadamente en masa corporal, pues una vez alcanzan su tamaño material óptimo siguen madurando en lo emocional, social, intelectual y espiritual.
Aún no he llegado al capítulo de los 15 ejemplos que evidencian que la “economía del bien común” sí es posible en un sistema capitalista si se desempolva el real significado de la palabra ‘competencia’, cuyo origen, en latín, significa buscar juntos (cooperar) en vez de rivalizar, como se entiende hoy; y, desde luego, si los Estados establecen unas reglas de juego que incentiven y premien a las empresas cuyos balances reflejen más bienestar común que rendimientos financieros. Seguiré en mi lectura, agrega un reto más al proceso de reinvención, pero me temo que vale la pena.
Claudia Isabel Palacios Giraldo