Una campaña de la Colombia de los 90 hizo popular una frase que aún hoy usamos algunas personas de mi generación: ¿sabe usted dónde están sus hijos en estos momentos? La frase vino a mi cabeza mientras oía hablar al investigador sénior de educación de la oficina del Banco Mundial para Colombia, y para Aprendizajes Fundamentales de toda la región, Horacio Álvarez, a propósito de los resultados preliminares de las Pruebas EGRA (Early Grade Reading Assessment), realizadas en proyectos piloto en Bogotá, Barranquilla, Cali y Manizales, que arrojaron que uno de cada tres estudiantes de primero de primaria no tiene las competencias de lectura para pasar a segundo.
Quizá haya quienes estén pensando que esto no tiene nada de nuevo porque las Pruebas Saber nos han mostrado desde hace años que la comprensión lectora de nuestros estudiantes es en general mala, pero lo que EGRA muestra es algo que está antes de la comprensión lectora, es la causa raíz de ese bajo desempeño, que evidencia algo catastrófico: los niños y las niñas no están aprendiendo a leer. Es decir, no saben que la M con la A suena MA, solo para poner un ejemplo simple.
Recuerdo que en algún momento de la niñez de mi hijo oí decir que este método de enseñanza, con el que aprendimos en mi época –el alfabético silábico o sintético analítico– estaba revaluado, pues se había descubierto que el cerebro aprendía por asociación de objetos con sonidos, con lo cual no era necesario enseñar las grafías y el código para usarlas, pues el niño o la niña lo iban a descifrar de manera natural. Esto, me explica el mencionado investigador, es lo que en el mundo de la educación se conoce como método global o psicogenético y que, asegura él, funcionaría si la lectura fuera un proceso para el que los seres humanos venimos genéticamente dispuestos… pero no es así.
Este analfabetismo no es exclusivo de Colombia, es mundial, y aunque varios países han corregido sus técnicas de enseñanza de lectura, el daño ya está hecho: Aprender a leer o no en la edad a la que se debe hacer impacta el resto de la vida de las personas, incide en su posibilidad de aprender otras cosas, de terminar en la cárcel, de consumir drogas, de ser un matoneador, de saber o no resolver conflictos o de poder o no generar ingresos, asegura Álvarez.
¿Cómo es posible entonces que esto no lo sepa todo el mundo y que no se esté haciendo algo monumental para cambiar el método? Su respuesta es que hay detractores de este diagnóstico por razones que van desde que un 40 % de los/as estudiantes sí aprenden a leer con cualquiera de los dos métodos hasta que en algunos países, como el nuestro, hay un énfasis más marcado en atender los temas de la educación superior que los de la básica primaria. Claro, los niños y las niñas de primer grado no saben lo que les están pasando y desde luego no tienen la autonomía para armar protestas y salir a las calles.
Ante mi desconcierto, Álvarez me muestra estos videos y textos. Una niña que copió del tablero, pero que no puede leer lo que escribió; un joven de quinto de primaria que lee como uno de primero. Ninguno entiende lo que ve escrito. Muy posiblemente no es porque no sea inteligente sino porque no sabe leer. “Es como si hubiéramos tratado el polio solo brindando aparatos ortopédicos en vez de crear una vacuna para erradicar la enfermedad”, dice el investigador. Su frase me lleva a preguntarme cuánto de lo que nos paraliza y discapacita como sociedad obedece a esa fragilidad en el primer escalón para la formación y desarrollo del pensamiento crítico: saber leer. Señora, señor, ¿sabe usted si sus hijos/as realmente saben leer?
Claudia Isabel Palacios Giraldo