Un querido colega de un programa radial le preguntó con tono algo descalificador a una de sus panelistas qué tiene que ver un caso como el de acoso y abuso sexual en el colegio Marymount con el fallo que despenalizó el aborto hasta la semana 24, pues ella vinculó ambos hechos al destacar la necesidad que tiene Colombia de ofrecer educación sexual adecuada desde la niñez.
La pregunta de mi colega me cayó como una cachetada de esas que lo devuelven a uno a la realidad, pues evidencia que lo que es obvio para quienes estamos metidos de lleno en los temas de género, para algunos pareciera ser solo una intensidad más de caprichosas feministas que a todo le vemos una causal de género.
¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro?
Los embarazos no deseados, el acoso y el abuso sexual tienen el mismo origen: el tratamiento de la sexualidad de manera vergonzosa, pecaminosa y burlesca. Ese halo de pecado, pena y morbo con el que se habla –o se evita hablar– de algo que es tan natural como otras necesidades biológicas del ser humano es lo que empuja a muchas personas a tener una vida sexual en las sombras. Unas sombras que para el caso de las/os más jóvenes sirven para esquivar el castigo familiar y el señalamiento social; mientras que para quienes abusan y acosan sexualmente sirven para mantenerlas a raya de buscar tratamiento médico para la condición mental que alimenta su comportamiento delictivo, y para garantizar el silencio de sus víctimas.
La educación sexual adecuada desde temprana edad, a la que furibundamente se oponen tantas de las mismas personas que se horrorizan por la despenalización del aborto hasta la semana 24 y de las que –como es lógico– les repugna que un profesor viole o les haga comentarios sexuales a sus alumnas, es el mejor antídoto contra el aborto, la pederastia y el abuso sexual en todas sus formas.
Oponerse a ella es hacer lo que dice el dicho: ni rajan ni prestan el hacha. Entiendo que algunos se pregunten si educar sexualmente estimula el inicio de relaciones sexuales, pues una de las desviaciones en la forma como concebimos la sexualidad es que la entendemos ante todo como un coito, y desde luego preferimos que esto suceda cuando la persona esté madura no solo biológicamente, sino mentalmente. Pero como no podemos cambiar la biología, pues desde la niñez hay deseo sexual, las niñas ovulan y los niños tienen erecciones y eyaculaciones, lo que debemos cambiar es la información que damos sobre sexualidad.
Así, cuando una niña sea acosada por su profesor, un/a subalterno/a, por un jefe, un/a acólito/a, por un sacerdote, o una sobrina por un tío, identificará esto como un abuso y podrá denunciarlo, en vez de caer en la manipulación de sentir halago por ser el/la ‘elegido/a’ de quien está en una posición dominante, sea por su poder jerárquico o capacidad encantadora. Y así, mujeres y hombres de todas las edades y condiciones tendrán más autonomía sobre su vida sexual y más confianza para comprar condones o usar un método que evite la concepción, en vez de tener relaciones sexuales que puedan dar lugar a embarazos no planeados, a pesar de tener conocimiento sobre los métodos de prevención.
Zanjar las diferencias entre quienes se oponen al fallo de la Corte y quienes lo valoramos es imposible mientras se siga discutiendo en términos de provida y promuerte. No obstante, en ambos grupos hay sustancia para llegar a acuerdos si empezamos a hablar de educación sexual, para lo cual hay que dejar de temerle al placer y abandonar la idea de que el valor de la feminidad está en ser o parecer virginal, y el de la masculinidad está en ser o parecer viril.
Claudia Isabel Palacios Giraldo
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