El módulo uno, ¡y eso que hasta ahora es el módulo uno!, de la cartilla de la Conferencia Episcopal sobre muerte digna es la estocada que muchos católicos estábamos necesitando para tomar la decisión de renunciar al clero. Nótese bien que no digo a la religión católica y mucho menos a la fe, sino al clero. Me refiero a los sacerdotes que desde sus palacios de oro osan manipular la conciencia de las personas mandando mensajes de miedo y de culpa a cartillazo limpio.
Miremos apartes de la cartilla titulada Para que tengamos vida en abundancia, que, a la luz de la realidad de una Iglesia llena de seminarios e iglesias tan vacíos que más parecen museos que centros de congregación, luce como una patada de ahogado en vez de como el faro orientador que pretende ser.
Miren con qué desfachatez el curato siembra culpas en las familias de los enfermos que sufren, como si no fuera ya caótica y dolorosa su situación:
–“¿Qué se necesita, entonces, para que una persona y una familia entiendan que no hay peso insoportable cuando se ama?”. De manera pues que, según el curato, quienes consideramos insoportable el dolor de un ser querido enfermo, y que por ello deseamos para esa persona la eutanasia o la muerte asistida, si esa es su voluntad, es porque simple, sencilla y llanamente no la amamos. ¡Vaya atrevimiento!
–“La Iglesia siempre ha tenido muy en alto el importante papel de la familia de los enfermos, pues gracias a ustedes ellos puedan contar con un apoyo afectivo que los valore en sí mismos y no solo por su productividad, como la sociedad del mundo actual quisiera imponer”. Resulta, entonces, que para el curato la familia que quiere ayudar a un ser querido a morir lo hace porque ya no se puede lucrar de él. ¡Cuánta indolencia!
Y como si los enfermos no tuvieran suficiente con su padecimiento, esto les dice:
–“Asumir el dolor físico o moral, en lugar de renegar por él, nos hace ‘otros Cristos’ predicando el ‘Evangelio del sufrimiento’, que es una llamada al valor y a la fortaleza, a la madurez interior y a la grandeza espiritual que es una digna cátedra para esta humanidad cada vez más superficial”. O sea que, por pedir la muerte, a conciencia y en libertad, son inmaduros, pequeños de espíritu y responsables de no detener la superficialidad de la humanidad. ¡Culebreros sofisticados!
–“La libertad no es, sencillamente, tomar una decisión puntual, sino que implica un proceso en el que también es legítima la pregunta: ¿cómo afectan mis decisiones a los demás? Por ejemplo: si decido darle fin a mi vida para evitar un dolor físico o moral, ¿qué dinámicas familiares/sociales se afectarían?”. Me pregunto con qué novedosa definición de libertad saldría el curato si la respuesta de un enfermo a esta pregunta es que su familia estaría mejor que viéndolo sufrir. ¡El abuso de la dialéctica!
Y por ahí en algún lado, como para que no queden cabos sueltos, dicen: “La eutanasia, aunque no esté motivada por el rechazo egoísta de hacerse cargo de la existencia del que sufre, debe considerarse como una falsa piedad, más aún, como una preocupante ‘perversión’ de la misma”. Me toca leer esa frase varias veces para asegurarme de que dice lo que dice… y pienso qué puede ser más excluyente y cruel para un alma creyente y atribulada que semejante sentencia.
Ay, curas de ese clero, ustedes, aunque vivan en los palacios y templos del catolicismo, son minoría dentro de la Iglesia y están en vías de extinción. Les recomiendo afinar su instinto de supervivencia. Mejor harían sacando una cartilla para ocuparse de eliminar el pecado de sus sotanas, empezando por pedir perdón a grito firme por lo que Benedicto XVI apenas pudo mascullar hace unos días.
Claudia Isabel Palacios Giraldo
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