Poder a prueba de emociones

¿Las personas que quieren ejercer algún poder tienen las características para hacerlo adecuadamente?

Las manifestaciones recientes de repudio, como las marchas y los pronunciamientos contra el racismo, por casos como el asesinato de George Floyd o de Ánderson Arboleda; o el estupor por el uso desproporcionado de las medidas judiciales, como las de la Fiscalía contra el gobernador Aníbal Gaviria, son en esencia manifestaciones en contra del mal uso del poder, que terminan horadando el poder en general, con un lamentable impacto en el respeto y aprecio por la autoridad y la ley.

Y como no es posible prescindir del poder, ya que este es inherente a las relaciones jerárquicas que irremediablemente se generan dentro de las estructuras necesarias para el funcionamiento de la sociedad, la estabilidad se ve permanentemente jugada a la suerte de que las figuras que ostentan el poder le den buen uso a este.

Siendo así, las sociedades deberíamos concentrarnos más en entender si las personas que aspiran a ejercer algún poder tienen las características para administrarlo adecuadamente. Una de ellas seguramente tendría que ser saber tomar distancia de las emociones, algo que en sí mismo pareciera un contrasentido, pues nada más adherido a cada persona que todo lo que sustenta su emotividad y sus pasiones: la ideología, los miedos, los orgullos…

En el libro que leo por estos días, ‘Angela Merkel. La física del poder’, de Patricia Salazar Figueroa y Christina Mendoza Weber, hay un par de ejemplos que evidencian que la canciller alemana tiene esa característica: la posibilidad de tomar distancia de sus emociones. Uno de ellos sucedió cuando tras declaraciones de Merkel en las que claramente dejó ver su desacuerdo con el entonces presidente Hugo Chávez, este la comparó con Hitler y el nazismo. Consultada por periodistas sobre dichos comentarios, dijo: “…existe el silencio que sirve de respuesta a una provocación. En lo que a mí respecta, creo que quien calla lo hace porque está ocupado en asuntos más importantes que una charla banal”.

Hizo lo propio cuando el gobernante ruso, Vladimir Putin, conocedor del miedo de la canciller a los perros, tuvo el inusual gesto de recibirla con su perro Koni para una reunión bilateral en su despacho. “Putin hizo eso para probar que es un hombre. Rusia no tiene una política ni una economía exitosas. Todo lo que tiene es esto (un perro)”, diría Merkel después.

Si bien el poder de una gobernante como Merkel es muy superior y diferente al poder de los policías que asesinaron a Floyd y a Ánderson, el punto en común es la forma de reaccionar a una provocación, que es lo que marca el empeoramiento o no de una situación. Aunque aún no hay claridad sobre las reacciones de Floyd y de Ánderson cuando los abordaron las respectivas autoridades, es una posibilidad que estas hubieran podido resultar altaneras o provocadoras para los uniformados, pero, aun así, esto no tendría que haber derivado en un abuso de poder. Haber reaccionado con exceso de fuerza evidencia que en ambos casos los policías obraron en nombre propio, incapaces de desconectarse de su propia ira, y no en representación de la sociedad que los designó para hacer cumplir la ley.

Desde luego, no dejaré por fuera el otro ejemplo que mencioné: la orden de medida de aseguramiento contra el gobernador Aníbal Gaviria. En este caso, percibo que la característica fundamental que le faltó a quien ostenta el poder desde la justicia no fue la posibilidad de tomar distancia de sus emociones, sino sentido común, pues no es lógico considerar un peligro para la sociedad a quien ni siquiera ha evadido la justicia. En todo caso, ni el sentido común ni tomar distancia de las emociones se garantizan con una hoja de vida llena de títulos académicos.

Claudia Isabel Palacios Giraldo

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