Con una impunidad de 95 % en denuncias de abuso sexual, el llamado escrache –señalar ante la opinión pública a acosadores y violadores sexuales– es, hasta ahora, la única opción que tienen la mayoría de las mujeres acosadas o abusadas para encontrar alguna forma de justicia. Pero como eso, la impunidad y la indefensión, es el mismo argumento que explica la existencia de fenómenos aborrecibles, como el paramilitarismo o la guerrilla, no es tan simple declararse a favor del escrache.
Con ambos se puede aniquilar a los señalados y cometer irreparables injusticias. Por eso no tomaré partido, ni vale la pena hacerlo. Con el hastío y la rabia de las abusadas, y con las redes sociales a disposición y sin reglas, el escrache llegó para quedarse hasta que la justicia por fin un día funcione, o el abuso y el acoso se acaben. Mientras los operadores de justicia toman medidas para sacudirse la ceguera de género que padecen, mi propuesta es invitar tanto a los (las) acosadores como a las (los) acosadas a reflexionar sobre la seducción.
Nuestra pobre educación emocional está plagada de frases que avalan que los hombres desplieguen sus instintos animales y que ordenan que las mujeres los contengamos: ‘El hombre propone y la mujer dispone’, reza una de ellas. Por esto, e incluso con respaldo de la definición de la Real Academia Española, hemos asumido la seducción como un acto en el que quien seduce somete a la (el) seducida(o), le vence, le doblega… hay un ganador(a) y un perdedor(a).
No obstante, si esta es mujer suele sentirse halagada de ser la escogida para ese juego, pues o cree que está cumpliendo el rol que le corresponde, o sabe que rehusarse a cumplirlo le puede costar una oportunidad, generalmente de carácter profesional. No encuentro en el diccionario una palabra que exprese ese natural despliegue que se da cuando una persona se ve atraída por otra, pero que implique el respeto por el consentimiento o negación de esta última. Me parece tan bella la palabra ‘seducción’ que, antes que sugerir un engendro que la reemplace, propongo redefinir su significado.
La seducción ha de ser entonces un juego sin perdedores. El o la seductora ha de ser quien muestra lo que cree tener atractivo a quien crea que le interese disfrutarlo, para que este o esta decida si lo quiere tomar, y en ese caso ofrezca también sus atractivos. Quien seduce debe ser consciente de los factores que inclinan la balanza a su favor y le pueden llevar a obtener ‘falsos positivos’. Por eso, jamás conviene iniciar el juego de la seducción cuando median reales o potenciales relaciones jerárquicas, como tampoco conviene empezar la seducción con contactos físicos o expresiones que irrumpan en la intimidad de quien se pretende seducir.
La seducción no lleva prisa, pues se tornaría violenta y así dejaría de ser seducción; la seducción permite sagacidad y creatividad, pero no engaño ni frases de doble sentido que creen limbos, pues el o la destinataria de las señales siempre deben sentirse libres para expresar claramente su deseo de dejar de recibirlas. En esto todos tenemos mucho que aprender. Las que generalmente hemos estado en el lugar de las acosadas, las mujeres, a decir no claramente y sin miedo; y los que generalmente han estado en el lugar de los acosadores, los hombres, a entender que un no no es el de la canción de Arjona que considera una virtud que las mujeres digan “que no pensando en un sí”.
Entender esto pasa por dejar de pensar que llevar a la cama a una mujer es obtener un trofeo, y que ser llevada a la cama es conseguir un escudo. Así, ni los hombres se sentirán humillados por ser rechazados ni las mujeres desprotegidas por rechazar. Y empezaremos la era en la que aceptar un no será más de hombres que forzar un sí.
Claudia Isabel Palacios Giraldo