Indignante, asqueroso y aberrante… estos son los calificativos más comunes que la opinión pública le ha dado a la conversación entre el locutor Fabio Zuleta y Roberto Barroso, un hombre vestido como wayú, de quien la Onic dice que no es reconocido por la comunidad a la que parece representar.
Por supuesto que es asquerosa, indignante y aberrante esa plática, pues, como si no fuera ya delictivo hacer una transacción económica con el cuerpo de las mujeres, y específicamente con el de menores de edad –lo que se infiere cuando hablan de majayuras (vírgenes) y sin vello púbico–; el lenguaje, tono y gesto morbosos no dejan lugar a duda de que aquel intercambio no fue un performance de humor, como pretende Zuleta que lo entendamos, sino un clara evidencia del machismo delictivo por el que muchas mujeres nacen condenadas a ser tratadas como objetos sexuales, máquinas reproductoras y sirvientas, sin la menor posibilidad de cuestionar y aún menos de liberarse de todo aquello, pues está tan arraigado en las costumbres de su comunidad que plantearse una vida diferente resulta más indigno que soportar su condición de seres humanos de segunda categoría.
Cuando hablo de costumbres no me refiero solo a las de las etnias a las que se les cuestionan estas prácticas desde el mundo no indígena; me refiero también a los supuestamente civilizados, que no pueden entender que pagar una dote no sea una compraventa que viola los derechos humanos, pero que sí encuentran natural y aceptable pagar por sexo a mujeres en condición de prostitución, o compartir y comentar imágenes de mujeres en sugestivas poses y vestuarios, o pensar que la forma de caminar, hablar, sonreír o vestir de una mujer es una invitación a que cualquier hombre eyacule sobre ellas, así sea solo con palabras de deseo… esas que muchos llaman piropos y que, por desgracia, muchas mujeres siguen agradeciendo.
Todo esto tiene el mismo efecto de la conversación entre el locutor y el palabrero: normaliza que se denigre a la mujer; pero algunos son tan sofisticados con el uso del lenguaje, o tan elegantes en sus formas, o tan intelectuales, o tan divertidos, o tan queridos por su prójimo, que creen que por eso no se asemejan al par de corronchos a los que hoy critican. Pero no, son hasta peores… viejos verdes, morbosos y vulgares, promotores de la mercantilización de las mujeres, cuyo falo por cerebro les impide ver la relación entre sus supuestos chistes y la violencia e inequidad a las que está sometida más de la mitad de la población del mundo.
¡Qué más necesitan para darse cuenta de eso! Viven tan ocupados en ejercer sus roles sin espacio para autocrítica alguna que no han tenido tiempo de pensar en el efecto que esos comportamientos tienen también sobre las mujeres que dicen amar.
Las hijas, esposas, madres, hermanas y demás mujeres a las que cada hombre incluye en su pequeña bolsa de mujeres para respetar no están en la misma bolsa para los demás hombres que las rodean. Por lo tanto, toda mujer está expuesta a caer en las fauces de un morboso, y muchas de estas están sometidas a tolerarlo o a normalizarlo por algún tipo de relación jerárquica, cultural o de temor ante el uso de la violencia física, psicológica o económica.
Así que si están tan indignados con el palabrero y el locutor, los insto a que esa entrevista que hoy les causa repudio sea una invitación a pensar si ustedes son con todas las mujeres con las que se relacionan el tipo de hombre que quisieran que tuvieran a su alrededor las mujeres que ustedes aman. Si la respuesta es no, tomen medidas para que dejen de usar el falo como cerebro.
Al margen. Ridículo el límite de velocidad de 50 km/h en Bogotá en vías arterias. Hagan la prueba y verán.
Claudia Isabel Palacios Giraldo