Nueva torre de Babel

Mejorar la compresión lectora de los jóvenes y desarrollar su pensamiento crítico no da espera.

El Génesis cuenta que de un momento a otro empezaron a hablar lenguas diferentes quienes construían una torre muy alta para ponerse a salvo si llegaba a haber otro diluvio universal. La imposibilidad de comunicarse les impidió seguir con la obra, e hizo que la torre fuera llamada Babel, palabra que deriva de un vocablo hebreo que significa confusión.

Pienso en este pasaje de la Biblia a propósito del informe sobre comprensión lectora que hizo el Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana (LEE), basado en los resultados de las pruebas Pisa 2019. Según la reseña de ese informe, publicada en este diario, “en Colombia el 45,2 % de los estudiantes solo llegan al nivel 1 de comprensión lectora… su capacidad de entendimiento del idioma escrito se limita a oraciones o incluso a palabras… muy pocos pueden hacer análisis reflexivos o evaluaciones críticas”.

Estas conclusiones me llevan a pensar que estamos en una nueva versión de la torre de Babel, y mucho me temo que pretender dar marcha atrás es utópico. Lo creo así por varias razones: un significativo porcentaje de los mismos jóvenes que contestan erradamente la prueba dice que leer es uno de sus pasatiempos favoritos. ¡Vaya paradoja! El problema de comprensión, entonces, no sería por falta de lectura. Además, aunque no hay estudio que lo demuestre, es evidente que las dificultades para entender y expresar pensamientos no son exclusivas de los/as jóvenes ni se limitan al lenguaje escrito. La oralidad también es pobre, confusa y vaga, incluso entre personas con años de experiencia profesional.

Entonces, si bien poner más libros a disposición de los jóvenes, como sugiere el informe, seguramente haría que estos leyeran más, creo que si el propósito es mejorar la comprensión y el análisis, podría ser más útil enfocarse en promover conversaciones sobre lo que leemos –aunque sea poco y aunque sean solo contenidos de redes sociales– para encontrar o acordar las convenciones de esa nueva lengua con la que nos estamos comunicando.

Habría que incorporar, por supuesto, los símbolos y la jerga de estos tiempos en los que la virtualidad domina el mundo: memes, emoticones, numerales, abreviaciones y neologismos en desarrollo. Quizá el problema no sea de falta de pensamiento crítico, sino de actualizar el lenguaje para expresar dicho pensamiento. Quizá quienes necesitamos comas, puntos, tildes y sintaxis para entender un mensaje o para comunicarlo no nos hayamos dado cuenta de que muchos pueden relacionarse y llegar a acuerdos sin necesidad de seguir esas reglas, que para ellos resultan obstaculizantes. No pretendo mandar las normas del lenguaje para ‘el carajo’, solo trato de ser realista y de mostrar la urgencia de abordar este tema sin dogmatismos, pues veo que tiene un impacto que va mucho más allá de las calificaciones escolares.

Por ejemplo, creo que hay un vínculo entre las dificultades de compresión del lenguaje y la aceptación de ideas populistas; esas que se dicen fácilmente y suenan bien, pero que no resisten un profundo análisis, y que amenazan las democracias. El panorama es más sombrío en cuanto muchos de quienes se dejan seducir por esos discursos que les remueven emociones tienen poca o nula conciencia del impacto de su desdén por el idioma, el lenguaje y el análisis. Por eso creo que mejorar la compresión lectora y desarrollar el pensamiento crítico no da espera, pero tal vez insistir en leer más libros nos esté desviando de apostar por alternativas que podrían ser más efectivas, aunque suenen contradictorias, como renovar el lenguaje con el mismo ahínco con el que se lo preserva, para que cumpla con su finalidad de facilitar el entendimiento y acabar con la confusión de esta nueva torre de Babel.

Claudia Isabel Palacios Giraldo

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