Estudiar no sirve… Esta lapidaria frase me la dijo una de las jóvenes que han participado en los bloqueos en Cali. Con un pregrado en Colombia, una maestría en el exterior y, asegura ella, con las mejores notas, en los 3 años que lleva de haberse graduado solo ha podido tener un trabajo de un mes en algo relacionado con su carrera. Su testimonio me ha dejado descorazonada y confirma lo que leo por estos días en La tiranía del mérito, el libro en el que Michael J. Sandel cuestiona la meritocracia como sistema de ascenso social. Sandel explica que la meritocracia es tan inspiradora como odiosa, pues denigra a quienes no logran alcanzar el éxito, porque deben soportar la carga psicológica de que son cómplices de su propio infortunio, y agrega que por eso la meritocracia deriva en lo que él llama la política de la humillación: “un potente ingrediente del volátil caldo de ira del que se alimenta la protesta populista”.
Entonces, si ya no se cumple el principio ‘esfuerzo es igual a éxito’, con el que nos educaron y estamos educando a nuestros hijos, ¿con cuál principio deberíamos funcionar como sociedad?, ¿cómo darle un giro a ese ideal meritocrático para que mantenga su efecto inspiracional y no migre a uno de mediocridad? En palabras de varios de los/as manifestantes con quienes he hablado en Cali, la respuesta a esas preguntas es “cambiar el sistema”. No tienen claro cómo, pero quieren participar en la construcción del modelo para lograr ese cambio. No aceptarán que les digan que no entienden cómo funciona el Estado o qué significa que las calificadoras de riesgo degraden al país, pues consideran que no hay que entender de eso para tener derecho a exigir medidas que paren su hambre y su frustración.
Comprendo si al leerme se preguntan cómo pretenden los manifestantes aportar a la solución haciendo bloqueos que minan la capacidad de las empresas para producir empleos como los que ellos mismos quisieran tener. Yo también me lo pregunto, pero la verdad es que esa es una mirada limitada del problema. Para quienes protestan pacíficamente, las molestias y pérdidas que están ocasionando son menores al lado de sus invisibles y largos dramas; y para quienes se manifiestan con violencia, esas molestias y esas pérdidas son su única victoria posible dentro de la sociedad. Por eso el riesgo de inclusive morir en medio de ellas hace que su vida cobre sentido.
Comprendo también si están pensando que negociar con quienes se manifiestan en las calles es hacerles el juego a grupos al margen de la ley, a políticos que quieren generar caos para pescar en río revuelto y a un plan internacional para que el comunismo llegue al poder en Colombia. Yo también veo que hay algo de eso. Sin embargo, decidir que por ello hay que atender el problema con la fuerza es, a mi juicio, darles legitimidad a quienes los instrumentalizan o pretenden hacerlo. Por eso recomiendo que canalicemos nuestro descontento hacia los manifestantes con la misma creatividad que les exigimos a estos cuando deciden que la mejor forma de protestar es bloquear calles.
Cierro hablando de nuevo de meritocracia porque creo que el diálogo con los jóvenes anunciado por el Presidente validará que la meritocracia es el camino, pero que la solución no está simplemente en que ese 23,9 % de los/as jóvenes que están desempleados/as se “pongan las pilas”. Ofrecer gratuidad y mayor cobertura educativa es indispensable, pero no suficiente, pues sin calidad, sin orientación vocacional y sin oportunidades laborales dignas, los recursos destinados para ello no serán una inversión sino un gasto, una forma de detrimento patrimonial, una de esas obras inconclusas de nuestra nación, cuyo elefante blanco hoy son las marchas y los bloqueos, y pronto puede ser ese gobierno… sí, ese.
Claudia Isabel Palacios Giraldo