Luego de la victoria de Trump han abundado los análisis que indican que buena parte de la votación que llevará de nuevo al expresidente republicano a la Casa Blanca, a pesar de estar procesado por múltiples delitos y condenado por abuso sexual y falsificación de documentos, se debió al hartazgo de la ciudadanía con el llamado wokismo, término en inglés para definir el movimiento de las personas que se levantan contra las injusticias sociales. Esta palabra, que empezó a ser usada contra el racismo hacia la población negra, se extendió a la defensa de los derechos de las mujeres, de las comunidades LGBTIQ+ y de cualquier grupo con algún tipo de vulnerabilidad, así como al activismo contra el calentamiento global.
¿Fue realmente el antiwokismo lo que eligió a Trump? Si es así, ¿querría decir esto que a los casi 77 millones de ciudadanos que votaron por él no les importan los derechos de las mencionadas poblaciones y que son racistas, machistas, homofóbicos y negacionistas del cambio climático? En tiempos de polarización, y con la resaca de la frustración aún latente entre los demócratas, resulta fácil responder que sí, pero, ¡cuidado!, ¿acaso hace 4 años, cuando Trump perdió frente a Biden, no nos dijeron que fue porque los estadounidenses estaban hastiados del estilo Trump, nada empático y poco respetuoso de la ley?, ¿acaso no son relevantes los 74 millones de votos que obtuvo Kamala Harris?
¿Qué hay que aprender de ese resultado de cara a la influencia de EE. UU. en las democracias occidentales?
Lo primero es la confirmación de la regla, pero por la expectativa mas no por la realidad: la economía sigue siendo el factor determinante, pues inclina el fiel de la balanza ante los dilemas éticos. Lo paradójico es que Biden no tiene malos resultados económicos. La creación de empleos ha sido extraordinaria, el crecimiento ha sido similar al de la primera presidencia de Trump, y la inflación, que afectó significativamente los dos primeros años de su gobierno, viene en franco declive. Pero Trump ofreció retornar un costo de vida que los estadounidenses extrañan y la gente le creyó, sin considerar los factores externos, como la guerra, que afectan los precios internos.
Lo segundo es que sí hay un hartazgo con la forma que ha tomado la lucha por los derechos humanos de la mano de las ideas progresistas. Esto lo recoge muy bien Gerard Baker, editor de The Wall Street Journal, en una columna que titula ‘Cuatro años más de Trump harán que América sea normal otra vez’. Apelando al lema “Make America Great Again“, Baker señala, entre otras cosas, que las ‘locuras opresivas impuestas en la última década’ han obligado a la gente a creer que el país sigue siendo igual de racista que en 1619, como si no llevara siglo y medio de progreso antirracista, y que en consecuencia les han querido hacer pensar que la mejor manera de corregir el haber tratado a las personas según el color de la piel es hacer justamente lo mismo. Entiendo que se refiere a tema como la discriminación positiva que le ha dado beneficios a esta población para entrar a las universidades de élite. El caso es que Baker destaca como “progreso” lo que dice que será un hecho cumplido al final del segundo mandato de Trump: que una persona por el hecho de ser blanca no sea automáticamente calificada como opresora.
Y lo tercero es que quienes están en posturas inamovibles deben entender que una buena porción de la ciudadanía no es así. Las personas cambian y ponderan dependiendo de muchos factores. Por eso, por ejemplo, mientras que el 61 % de las mujeres y el 52 % de los hombres de 18 a 44 años votó por Biden en 2020, esta vez solo el 55 % y 45 % respectivamente le dio el voto a Kamala. Es lo que hay. Al mejor estilo de la Chimoltrufia, las personas ‘como dicen una cosa dicen la otra’ y por eso en cualquier momento pueden darle nuevo aire al wokismo.
Claudia Isabel Palacios Giraldo