‘CM&, la noticia’

El fin del noticiero me entristece y me genera un dejo de injusticia. Su desaparición acalla los puntos de vista de unos profesionales.

En una semana diremos adiós. Todavía no termino de asimilarlo. Me envuelven dos sensaciones: la certeza de que nada cambiará el rumbo y la fantasía de algún hecho milagroso. Sí, aun conociendo la realidad de la industria de medios de comunicación y habiendo sido testigo de la desaparición o transformación de varios de ellos, o de algunos de sus programas, hay algo que me lleva a ver con ojos de incredulidad el final del noticiero más antiguo de Colombia.

CM& es el único sobreviviente de los noticieros que había antes de que iniciaran los canales privados. Se dice fácil, pero lograrlo no lo fue. Requirió mucha astucia empresarial y, sobre todo, el trabajo, la pasión y el liderazgo del periodista más importante que ha tenido este país: Yamid Amat. Lo digo sin temor a equivocarme. Nadie como él: seis décadas creando formatos informativos, descubriendo y formando talentos, reinventándose, orientando con su gran olfato a los centenares de periodistas que hemos pasado por sus consejos de redacción y a sus millones de oyentes, lectores y televidentes. Su espíritu innovador y su alma de reportero están intactos. Por eso el fin de CM&, el más tangible de sus legados, me entristece y me genera un dejo de injusticia.

Además, me duele por quienes han hecho en esta casa periodística toda su carrera laboral o la parte más importante de ella. No son pocos. A muchos los conocí cuando hice mi práctica universitaria en esta empresa y me los he vuelto a encontrar las dos veces que posteriormente he estado vinculada a ella. Los he visto consolidarse profesionalmente década tras década, aportándoles con su trabajo a la credibilidad y al prestigio de la marca CM&, que desde hace años llevan como uno más de sus apellidos. En esta extraña cuenta regresiva que empezamos hace un par de meses, los afanes de la noticia no han dejado mucho tiempo para lamentos, pero las miradas y los silencios hablan. A todos ellos, mi cariño, buenos deseos y gratitud. Hasta acá comparto mi duelo.

Las últimas líneas de esta columna son para plantear lo que significa para la sociedad el final de un espacio informativo. Si bien el de CM& no es un caso de censura política o armada, su desaparición tiene un efecto similar: acalla los puntos de vista y voces de un grupo de profesionales. Además, limita el derecho a la información de la audiencia que se identifica con este formato y estilo de contar las noticias.

El caso nuestro se suma a la larga lista mundial de medios clausurados porque dejaron de ser viables financieramente, como consecuencia de la dispersión de la pauta publicitaria, derivada del cambio en los patrones de consumo de información, ante la proliferación de medios digitales. Esa multiplicidad de opciones ha sido positiva porque ha visibilizado realidades y personajes que los medios convencionales no alcanzábamos a cubrir o que simplemente no veíamos. Pero ha generado un problema de consecuencias funestas: cualquiera dice lo que quiere, sin estar obligado a un mínimo de rigor, y sin rendir cuentas por el daño que haga al divulgar información falsa, parcial o manipulada, sea sobre personas, empresas o países. Este fenómeno tomó ventaja y desafortunadamente la mayoría de las audiencias no tiene siquiera las herramientas básicas para notarlo. Para ellas estamos los medios convencionales que, aun con nuestros desafíos y equivocaciones, seguimos garantizando unos parámetros básicos de equilibrio y veracidad. Por eso la desaparición de un medio, al margen de cuál sea su enfoque, es una pérdida para la sociedad. Lamentablemente, esta parece no darse cuenta o no tener entre sus prioridades manifestarlo.

En este contexto nos despedimos. Extrañaremos a quienes nos siguen, así como hacer lo que nos gusta: eso que justamente fue la promesa de valor que dio origen a CM&, contar “La noticia”.

Claudia Isabel Palacios Giraldo

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