Manifestarse, sí; marchar… no siempre

El otro problema de usar para todo la movilización en las calles es que se vuelve parte del paisaje.

Las agresiones* a periodistas por parte de la ciudadanía, como las que hubo en Colombia y Ecuador contra colegas que cubrían las manifestaciones de los estudiantes y los indígenas, respectivamente, son una evidencia más de que el sinsentido es inherente a las movilizaciones masivas, pues estas crean el escenario perfecto para el desahogo primario y descontrolado de la indignación, que a su vez es azuzada por quienes convierten causas legítimas en catalizadores de odio o de miedo. ¿Acaso insultar o apedrear a un periodista, destruir un bien público o impedir la libre movilización de miles de ciudadanos acaba con la corrupción o produce justicia social?

Sé que muchos creen que los gobiernos solo atienden las demandas de la ciudadanía si esta muestra su poder desestabilizador, pero, aun en los casos en que eso es cierto, creo que quienes convocan las protestas no deben lavarse las manos por las consecuencias indeseables de estas. Si siempre hay disturbios aunque las marchas transcurran en paz, hay que manifestarse de otra manera. La energía que se requiere para organizar una marcha puede ser usada en ejecutar otras formas de protesta, creativas e innovadoras, que, además, generen solidaridad activa de quienes se resisten a acompañar la causa, aunque estén de acuerdo con los fines, por no estarlo con los medios.

No habría necesidad de Esmad si la protesta fuera siempre pacífica… mientras llegamos a eso, tiendo a pensar que no nos merecemos la calle

El otro problema de usar para todo la movilización en las calles es que se vuelve parte del paisaje; en el caso colombiano lanza más bruma al ambiente de pesimismo, odio y apatía en el que toman decisiones quienes prefieren informarse con los memes y retazos de noticias que consumen en sus redes o en los medios tradicionales.
Paradójicamente, ese ambiente es un plato suculento para quienes son blanco de las manifestaciones; los corruptos se lucran muy bien de la desesperanza de los que creen que ‘ya todo está tan mal que qué más da aceptar unas tejas a cambio de un voto’, o facilitar un contrato a cambio de una coima. Entre tanto, ‘los buenos’, para lograr reconocimiento en medio de tanto ruido, caen en los discursos altisonantes, que completan el círculo vicioso que atrapa a una sociedad acostumbrada a ser más irascible que racional. Por eso creo que la movilización en las calles debería dejarse para los casos en los que la institucionalidad no opera, pero para pedir la derogación o modulación de un decreto de aumento del precio de los combustibles o para exigir el cumplimiento de un acuerdo educativo, entre otras muchas causas, existen canales institucionales que permiten, animan y respaldan la participación ciudadana; y que deberíamos conocer y dominar tanto como el derecho a la protesta social.

Claro, no hay que pasar por alto el uso abusivo de la fuerza por las autoridades y hay que reclamar correctivos sin contemplaciones, pero no habría necesidad de Esmad si la protesta fuera siempre pacífica… mientras llegamos a eso, tiendo a pensar que no nos merecemos la calle.

*Otra equivocación de algunos manifestantes callejeros –y de algunas figuras de la política– es creer que los enemigos somos los periodistas. Es cierto que el periodismo no atraviesa su mejor momento y que, no obstante los muy buenos productos en diferentes medios, hay exceso de opinión y falta de rigor. Pero para superar la crisis de calidad informativa es necesario que la ciudadanía aprenda a identificar el buen periodismo y lo valore. Este es costoso de hacer, pero es un bien por el que vale la pena pagar.

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