La vida como excremento

Más pecado es dar a luz un ser humano al que no se le dará tiempo, paciencia, sacrificio, amor...

El mismo día en que unos jóvenes asesinaron al economista del Banco de la República Álvaro Torres, en el barrio La Paz, de Bogotá, el Senado argentino negó el derecho al aborto en todos los casos, hasta la semana 14 de gestación. No puedo evitar relacionar estos dos hechos porque me resulta incomprensible la defensa de la vida entendida como un pálpito de células en el vientre de una mujer frente al desprecio por la misma con el que las sociedades forman a sus ciudadanos.

Creo que difícilmente se convertirá en delincuente una persona que haya sido criada con la debida atención de sus padres y las más elementales oportunidades; por eso me resulta inaudito que se les niegue a las mujeres la posibilidad de hacerse un aborto seguro cuando creen que no son capaces de brindarle dichas oportunidades y atención al hijo/a por nacer. Estoy convencida de que en esos casos el aborto es un acto de responsabilidad mínimo ante el hecho irresponsable de haber tenido relaciones sexuales sin protección, ante la promiscuidad misma o ante la falla de un método anticonceptivo.

Las relaciones sexuales son una necesidad fisiológica que idealmente –creemos algunos– debe ser solventada por el o la compañero/a permanente a quien se ama y respeta, pero que no siempre suceden así. Muchos encuentros sexuales están motivados por la mera atracción física, el consumo de alcohol y otros alucinógenos, o por el simple deseo –legítimo, por cierto– de experimentar y darle placer al cuerpo.

Me resulta incomprensible la defensa de la vida entendida como un pálpito de células en el vientre de una mujer frente al desprecio por la misma con el que las sociedades forman a sus ciudadanos

Ninguno de los anteriores, creo yo, debe ser el punto de partida para algo tan trascendental como traer una vida al mundo. Así empieza el desprecio por la vida, en el momento en que los progenitores deciden dar a luz sin haber valorado si pueden ofrecer una vida digna a ese cúmulo de células por nacer, o cuando se resignan a parir porque la ley no les permite abortar o la religión dice que es pecado.

Más pecado es dar a luz un ser humano al que no se le dará tiempo, paciencia, sacrificio, amor, alegría, recursos y todo lo demás que requiere para que desarrolle sus talentos y enfrente sus debilidades. Y más daño le hace a la sociedad llenarla de personas levantadas con esas falencias que el hecho de dar el mensaje de supuesto desprecio por la vida, según argumentan quienes se oponen al aborto. Las personas que se convierten en padres tras meramente suplir una necesidad fisiológica, en el mejor de los casos criarán ‘ninis’ y, en el peor, delincuentes.

Pienso en otras necesidades fisiológicas de los seres humanos que se solventan en un sanitario y se descartan por un sifón, y me parece que negar el derecho al aborto es comparable a tratar la vida humana como un excremento: sacar del cuerpo el producto de una necesidad fisiológica y echarlo al sifón que es esa sociedad que desprecia la vida. Y en Colombia sí que la despreciamos.

Esta semana, el Fondo de Población de Naciones Unidas reveló que nuestro país es el que menos invierte en juventud de todo el continente, solo el 1,6 % del PIB. Aun así, muchos insisten en que nuestra ventaja es el bono poblacional, porque tenemos el 27,7 % de ciudadanos jóvenes disponibles para trabajar. ¡Vaya ventaja, si esos jóvenes son el segmento de población más desatendido presupuestalmente por el Estado, y creo no equivocarme si digo que emocionalmente por sus padres!

No conozco al capturado por ser el presunto autor del asesinato de Álvaro Torres, a quien tampoco conocí, pero preferiría que Torres siguiera vivo y que el capturado nunca hubiera nacido. Ya venido al mundo, como sociedad, tenemos que lidiar con él, exigir que en la cárcel aprenda lo que sus padres no le enseñaron: el respeto por la vida.

CLAUDIA PALACIOS

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