La ‘Madame’ y el ranquin Par

Qué oportuno sería que más personas quedaran sometidas a las mediciones como la del ranquin PAR.

La escalofriante red de proxenetistmo develada en Cartagena, de la que acusan como coordinadora a una mujer conocida como la ‘Madame’, es una evidencia del largo camino aún por recorrer para llegar a la raíz del problema que hace que todavía las mujeres seamos ciudadanas de segunda. Mientras una porción de la población siga viendo a las mujeres y, peor aún, a las niñas como objetos de placer, la equidad de género seguirá siendo, en el mejor de los casos, un mero recurso discursivo para parecer políticamente correctos.

El ranquin Par, un estudio de la organización Aequales, la Secretaría de la Mujer el Cesa, que se hace desde hace 4 años en Colombia, muestra que el 65 por ciento de las empresas que este año se sometieron a la evaluación no involucran a los hombres en sus políticas de equidad de género. ¿Cuántos de aquellos que pagaron para tener relaciones sexuales, y en algunos casos para violar a las niñas bajo el mando de la ‘Madame’, han tenido la posibilidad de tomar conciencia sobre su rol en el flagelo y esclavitud de la que forman parte?

La sociedad matriarcal y a la vez machista en la que vivimos ha normalizado lo aberrante, ayudada por la publicidad, cuya creatividad en ocasiones sigue dependiendo de las voluptuosidades femeninas para destacarse; y por no pocos medios de comunicación, que suelen –como en todo– replicar a sus fuentes sin siquiera reflexionar sobre el impacto del uso del lenguaje. Ni qué decir de las letras obscenas combinadas con música pegajosa que, a mi juicio, actúan como una droga que desinhibe y da rienda suelta al disfrute de las pasiones, incluso de las que constituyen delitos. Mucho se habla del derecho a la libertad de expresión y poco o nada de los deberes de esta.

Mientras se siga viendo a las mujeres y, peor aún, a las niñas como objetos de placer, la equidad de género seguirá siendo un mero recurso discursivo para parecer políticamente correctos

Por supuesto que no haber tomado un taller o una evaluación para descubrir qué tan equitativos en asuntos de género son no exime de su responsabilidad a los protagonistas del maltrato físico o sicológico a la mujer, sea en el ámbito laboral o personal. Pero qué oportuno sería que más personas quedaran sometidas a las mediciones como la del ranquin PAR. El número de empresas que se han querido medir va en aumento: de 40 que lo hicieron en 2014 se pasó a 209 en 2018.

Una de las primeras revelaciones, para mí, es que si bien tener salas de lactancia materna es algo indispensable a favor de la equidad de género, este es un mero detalle al lado de lo útil que es tener comités de equidad de género que velen, por ejemplo, por que los ascensos se hagan de manera equitativa, por brindar consejería a las mujeres que quieren escalar en el organigrama de la compañía, por facilitar horarios flexibles tanto para mujeres como para hombres, de manera que no sean siempre ellas las que sacrifiquen su trabajo por la familia, y –muy importante– por medir los resultados de cumplimento de los objetivos de equidad de género.

Las empresas ganadoras este año –Pfizer, Profamilia, Secretaría de Hacienda de Bogotá y Grupo Enel– coinciden en que pesa muy poco en el balance de la empresa lo que se invierte en equidad de género. Y un estudio del Instituto Peterson de Economía Internacional evidencia que ese gasto se ve compensado con el aumento en la rentabilidad, pues esta es de un 15 por ciento más en las compañías que tienen el 30 por ciento de sus cargos de liderazgo ocupados por mujeres.

Ahí sí que estamos lejos en Colombia, donde el 69 por ciento de las juntas directivas de las empresas medidas son ocupadas por hombres, igual que el 61 por ciento de los cargos de primer nivel. Recomiendo a los y las empresarias que lean esta columna que se midan con el ranquin PAR y sean parte de la solución para que nuestras mujeres sean tratadas de verdad como unas damas, y no como unas ‘Madames’.

CLAUDIA PALACIOS

AnteriorOposición ‘sushi’
SiguienteLa vida como excremento