El cambio

El cambio que buscamos no depende de un presidente, sino de la ciudadanía.

Oigo a varios electores justificar su voto porque “se necesita un cambio”. En unos casos se refieren a un cambio en el rumbo del manejo de la búsqueda de la paz; en otros, a un cambio para aumentar el crecimiento económico; y en otros, a un cambio para que “por fin los pobres sean prioridad”. 

Creo que todos se engañan si piensan que con el voto que van a dar el domingo van a lograr el cambio que buscan. Los primeros porque desconocen que muchos aspectos del imperfecto proceso de paz con las Farc son irreversibles, y que esos y otros ya muestran beneficios en la pacificación del país, que nadie sensato quisiera perder. Los segundos porque parecen ignorar el efecto de fenómenos externos sobre la economía, como el precio del petróleo. Y los terceros porque desconocen que en este país el cambio para los menos favorecidos se viene dando desde hace 30 años, en los que el porcentaje de población pobre pasó de 56 a 27 %.

Todos, al depositar sus legítimos sueños grandilocuentes en la elección de un mandatario, me hacen acordar de algo que le oí decir a un tío cuando yo era niña, en un día electoral: “Pa’ qué sufren si igual a todos mañana nos toca madrugar a trabajar”. Tenía y sigue teniendo razón mi tío, aunque por supuesto ese no es argumento para abstenerse de votar, pero su frase comprende un mensaje de fondo.

El cambio que buscamos no depende de un presidente. Si bien es claro que según quien gane se crean las condiciones para que se gesten transformaciones positivas o negativas para la sociedad, el cambio depende de los ciudadanos. Y temo que los colombianos tenemos muy poca conciencia de lo que significa ejercer la ciudadanía, que no es simplemente madrugar todos los días a trabajar, como lo hacía mi tío.

Hay que votar, sin duda –soy de las que piensan que votar debería ser obligatorio–, pero no podemos pretender que un presidente funcione como una varita mágica.

El escritor y filósofo William Ospina me dijo hace unos días en una entrevista lo siguiente: “Hace mucho tiempo pienso que lo que Colombia necesita no es un nuevo presidente, sino una nueva ciudadanía. Son las ciudadanías las que hacen los buenos presidentes, no los presidentes los que hacen las buenas ciudadanías. Por inteligente, comprometido y talentoso que sea el elegido, si no tiene ciudadanía que lo respalde, exija y vigile, va a ser muy difícil que las cosas cambien. Se necesita una conciencia nueva. Una democracia de votar cada 4 años no es suficiente para resolver los problemas de un país como Colombia”. Y yo agrego que una de abstenerse cada 4 años es aún menos útil para resolver dichos problemas.

Los colombianos decimos que nos duele el país, y sí que nos duele cuando en algún lugar del mundo refuerzan el estigma de que somos los mayores productores de cocaína, o cuando pierde la Selección, pero poco nos duele cuando tratamos de minimizar el pago de impuestos o cuando nos fastidiamos por la degradación del medioambiente, aunque la produzca el carro en el que vamos montados, o el desperdicio de agua que provocamos mientras nos cepillamos los dientes. Hay que votar, sin duda –soy de las que piensan que votar debería ser obligatorio–, pero no podemos pretender que un presidente funcione como una varita mágica.

Los problemas que esperamos que resuelva los hemos creado gradualmente todos, por acción o por omisión, y las soluciones deben darse de la misma manera. Creer que van a ser posibles si seguimos todos los días simplemente levantándonos temprano a trabajar es vivir en la luna; y creer que deben suceder en un solo periodo de gobierno, haciendo borrón y cuenta nueva o refundando la patria, es desear un terremoto y creerse la mentira de que estaremos a salvo de que nos caigan los ladrillos justo en nuestro metro cuadrado. Este domingo, entonces, elijamos presidente, pero elijamos también ejercer una mejor ciudadanía.

CLAUDIA PALACIOS

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