A seguir el ejemplo

Sigamos el ejemplo de Miss America de transformar los reinados en escenarios de la valía femenina.

Gran noticia la que dio esta semana el concurso Miss America. Sus participantes no desfilarán más en traje de baño ni en traje de gala. Solo lo harán con la indumentaria en la que se sientan cómodas y represente su personalidad. Y en vez de prestarse para que unos jurados califiquen sus muslos, traseros, cintura, pechos y pelo, como si fueran yeguas, vacas o perras de esos concursos en los que eligen al mejor espécimen para apareamiento, hablarán con estos de cómo usarán sus talentos y pasiones para representar a su país.

El anuncio lo hizo una mujer que fue reina de belleza de Estados Unidos en 1989 y, como muchas otras que han participado en esos certámenes, desarrolló una carrera de admirar en los medios de comunicación de su país. Muchos la conocen porque fue conductora del programa ‘The Real Story’, en Fox News, y antes coconductora del show matinal de la misma cadena Fox and Friends. Pero no llegó ahí por bonita ni por famosa; hizo toda la carrera, empezó como reportera política en Richmond, Virginia, en los 90. Mejor dicho, es como nuestra Patricia Janiot, pero gringa de nacimiento.

Hace unos meses reemplazó al director de ese concurso, Sam Haskell, de quien el Huffington Post publicó unos correos electrónicos en los que se refería de manera despectiva y vulgar a varias participantes del certamen. Así las cosas, el momento para la llegada de Gretchen Carlson a Miss America fue perfecto, pues ella había protagonizado un año atrás las noticias por su acuerdo de 20 millones de dólares con Fox para que retirara la demanda contra el CEO de la compañía, Roger Ailes, a quien señaló de haberla tratado discriminatoriamente por ser mujer, y de sugerirle que eso no hubiera pasado si ella se hubiera acostado con él.

En vez de prestarse para que unos jurados califiquen sus muslos, traseros, cintura, pechos y pelo, hablarán con estos de cómo usarán sus talentos y pasiones para representar a su país.

Con semejante antecedente, Carlson no podría haber hecho menos que revolcar ese concurso que, por cierto, está próximo a cumplir 100 años. “Ya no seremos un concurso de belleza”, dijo Carlson el martes en una entrevista con ABC. ¡Gran oportunidad para seguir el ejemplo en nuestro país, que, según un artículo publicado por Semana en 2016, tiene 3.794 reinados al año!

No se trata de desdeñar la belleza ni de negar que esta abre puertas y oportunidades, pero no hay que volverla más desventajosa de lo que naturalmente es para quienes no nacen dotadas de ella. No debe seguir siendo trampolín ni hay que convertirla en mercancía, pues está visto que su búsqueda a toda costa propicia situaciones que pasan por el maltrato, la afectación de la autoestima, el riesgo para la vida –¿cuántas han muerto en cirugías plásticas?– y el desperdicio del enorme potencial de mujeres cuya belleza se les volvió maldición, pues las condenó a ser mujeres adorno.

Tampoco se trata de no admirar lo bello, pues en cuanto atractivo es imposible de ser ignorado, pero estamos llenos de ejemplos que nos muestran que hay que hacerlo con ponderación. No tengo duda de que la excesiva valoración que la sociedad hace sobre el aspecto físico de las mujeres, demostrada en piropos y en miles de portadas de revista, es eslabón de la misma cadena en la que están parte de la violencia intrafamiliar, la prostitución o la trata de personas.

El querido Julio E. Sánchez Vanegas creó, con la transmisión de los Miss Universo, una de esas frases que está en la impronta de los colombianos: “Hoy desde Las Vegas (o cualquier parte), mañana desde cualquier lugar del mundo”. Invito a Patricia Janiot, nuestra Gretchen Carlson colombiana, a que la usemos con un nuevo significado, el de los tiempos del #MeToo, y sigamos el ejemplo de transformar nuestros reinados en escenarios de la valía femenina, en los que ser coronadas sea el primer paso del camino que las llevará con sus talentos a mejorar cualquier lugar del mundo.

CLAUDIA PALACIOS

AnteriorEl cambio
SiguienteNuestro humor