Llevábamos unos años con cierta actitud de triunfo frente al desafío de reducir el embarazo en adolescentes, dadas las cifras a la baja en algunas ciudades capitales, pero con los datos que entregó hace unos días el Dane toca espabilar sin contemplaciones. Por favor, léanlos con el debido cuidado y reflexionen: los nacimientos en niñas menores de 14 años –por ley, todos producto de una violación– aumentaron 22 % en el segundo trimestre de 2021 en comparación con los del mismo periodo de 2020; así como 6,3 % en adolescentes de entre 14 y 19 años. Estamos hablando de nada más y nada menos que 27.561 bebés nacidos de niñas y jóvenes que podrían ser sus hermanitas, y ¡en solo 3 meses! ¿No les parece una barbaridad?
Ya sé que algunos dirán que esto, al menos en el caso de las menores de 14, es producto del encierro derivado de la pandemia, pero ¿y qué? ¿Acaso creen que porque ya estamos retornando a la presencialidad podemos quedarnos tranquilos esperando que estas cifras vuelvan a sus niveles ‘normales’ y continúen su descenso lentamente?
Por cierto, reconocer que el aumento de estos embarazos se debe a que las víctimas estuvieron encerradas con sus victimarios por la pandemia evidencia que nada de lo que se ha hecho para reducir el embarazo en niñas tiene impacto en el problema de fondo: respetar sus cuerpos y su libre desarrollo; y que lo hecho para disminuir el embarazo en adolescentes tampoco sirve para lograr lo que el mismo gobierno se propuso: garantizar el acceso a una educación integral en sexualidad que permita disminuir a 15,2 % los embarazos en mujeres de 15 a 19 años.
Entonces, cuando digo que toca espabilar sin contemplaciones es porque creo que hay que implementar sin miedo estrategias nuevas y diferentes. Por ejemplo, ¿por qué no pensar en algo como lo que se hace con la vacuna contra el virus del papiloma humano? Es decir, ya que se recomienda vacunar a las niñas a una edad tan temprana, previendo que están próximas a comenzar su vida sexual, para evitar que se contagien con un virus que puede costarles la vida, ¿por qué no recomendar también que desde la menarquia usen un anticonceptivo de larga duración, como un implante subdérmico, para evitar que queden en embarazo a una edad en la que aún no están capacitadas para ser madres? Por cierto, la Unfpa ha dicho que la edad no es una restricción para usar estos anticonceptivos.
Desde luego que esto no soluciona todo, y claro que tendría de problemático que escondería casos de violación, pero ante esta posible crítica, mi respuesta es que no usar un método de planificación tampoco evita que las niñas sean violadas. Y bueno, si saber que el 66,9 % de las niñas y adolescentes que han sido madres y el 76,2 % de los niños y adolescentes que han sido padres dejan de ir al colegio no nos concientiza lo suficiente como para apoyar ideas que algunos podrían calificar de extravagantes, al menos hagámoslo por lo que parece que sí nos importa más que todo: la plata.
El estudio ‘Milena’, hecho hace dos años, calculó que los embarazos en la adolescencia le cuestan a Colombia 5,1 billones de pesos, el 0,56 % del PIB de 2018. Así que si vamos a hacer algo como derogar un artículo de la ley de garantías –con lo que esto implica en riesgo de corrupción– en aras de no frenar la reactivación económica, ¿no podríamos hacer algo también muy audaz para ahorrarnos ese dineral y de paso contribuir a que más mujeres puedan decidir con madurez y libertad si quieren o no ser madres y en qué momento? Las consideraciones moralistas y mojigatas no han servido para solucionar el problema. Promover el uso de anticonceptivos desde la adolescencia sería una medida realista y conveniente para aportar a la construcción de una mejor sociedad.
Claudia Isabel Palacios Giraldo
Video Lectura de la Columna.