Cada año en Colombia hay más de 30.000 denuncias por inasistencia alimentaria, la gran mayoría por parte de mujeres contra los padres biológicos de sus hijos. Una cifra que muestra que los hombres que no quieren hacerse cargo de sus criaturas, aunque no los aborten de sus entrañas, sí los abortan de su vida. Este aborto a lo macho es hasta peor, pues condena a un ser humano ya nacido e indefenso a los efectos de no tener garantizada una buena alimentación, adecuada educación y crianza cercana y amorosa de su progenitor.
El aborto de las mujeres, en cambio, es en la gran mayoría de los casos una decisión de responsabilidad con el ser que darían a luz sin tener capacidad de criarlo. En otras palabras, es un acto de amor y de respeto por una vida que no merece llegar a un mundo en que no es deseada. Además, es un acto de amor lleno de dolor porque conlleva la intervención de su propio cuerpo, muchas veces en riesgosas condiciones, y la culpa infligida por siglos de juzgamiento social, religioso y judicial. Muy distinta a la situación del hombre que no ve por sus hijos, a quien no pocas veces se le celebra su hazaña, invistiéndolo de macho entre más sinvergüenza sea.
Me temo además que abortan más los hombres que las mujeres. No es sino ver el contraste de las cifras del Dane sobre jefatura de hogar: mientras que de los 6’540.000 hogares de Colombia que están dirigidos por una mujer, en 4’750.000 no hay cónyuge y en 1’580.000 hay hijos menores de 18 años; de los 9’880.000 hogares dirigidos por hombres, en 2’480.000 no hay pareja y en 190.000 hay hijos mejores de 18 años. Traducción: el número de mujeres criando a sus hijos sin el acompañamiento del padre de la criatura (sea emocional y/o económico) es unas 8 veces superior al de los hombres en igual circunstancia.
Desde luego, no todos los casos son por ‘aborto masculino’, pero la cifra es muy sugerente. Al analizarla junto a datos de la Fiscalía sobre hombres condenados por inasistencia alimentaria –1.437 en 2020– y mujeres denunciadas por abortar –unas 400 por año– me lleva a la hipótesis de que, proporcionalmente, serían más perseguidas las mujeres que cometen el delito de deshacerse de sus embriones que los hombres que se deshacen de sus hijos. Esto, a pesar de que, ¡vaya contradicción!, el aborto es también un derecho en 3 causales. No sorprenderá decir que la mayoría de las mujeres que abortan no han recibido una adecuada educación sexual y que en muchos casos quedan en embarazo porque fueron forzadas a uniones tempranas, a abusos sexuales o no tuvieron acceso a anticonceptivos.
Así que mientras que las mujeres abortan por una seguidilla de violación de sus derechos, los hombres abortan porque, como dice el dicho: pueden, quieren y no les da miedo. Unos siguen convencidos de que la responsabilidad de planificar es de las mujeres, y otros, como lo he oído, creen que les hicieron un favor a sus parejas dejándolas ‘preñadas’ porque ya nadie más les iba a hacer ‘la vuelta’.
Así que en buena hora el magistrado Alberto Rojas presentó ponencia positiva a la demanda para despenalizar el aborto por completo. Además de aplicar el principio de equidad por el cual una persona no puede ser discriminada en razón de su género, creo que hay que aplicar el mismo principio que en otros debates: ¿para qué seguir apostándole a lo que no ha funcionado? Si el propósito es llevar el número de abortos a cero, como quisiéramos tanto los que defendemos el derecho de la mujer a decidir como quienes se autodenominan dizque provida, ¿por qué seguirle apostando a criminalizar esta práctica si la experiencia de otros países muestra que legalizar el aborto es una medida efectiva para reducir su ocurrencia?
Claudia Isabel Palacios Giraldo
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