¿Por qué nos hace reír la vulgaridad? Esta es la pregunta que me ronda desde que vi los videos del colombiano Guillermo Morales en Rusia, que indignaron a medio país. Hacer que personas que no conocen nuestro idioma pronuncien frases en las que se autodegradan, cuyo significado ignoran, para divertirse es la evidencia de la pobreza de nuestro sentido del humor.
Que un momento de alegría dependa o provenga de empequeñecer a otro o de aprovecharse de lo que creemos que son sus desventajas deja al descubierto una gran falencia social y no merece ser llamado humor, pues, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, el humor es “jovialidad, agudeza”, todo lo opuesto a la agresividad, majadería, bobada y simpleza que se ven en las escenas grabadas por quien al parecer no se da cuenta de que el hazmerreír es él en vez de su víctima.
La falencia social de la que hablo pasa por basar el orgullo patrio en creernos mucho más de lo que somos, pues nuestra distorsión de valores ve ventajas en lo que en el mundo al derecho son falencias: Confundimos ilegalidad con recursividad o astucia: “colombiano no se vara”, o anarquía con libertad: “pa’ qué dio papaya”. Y entonces vamos por el mundo haciendo el oso, con actitud de “quítense, que llegué yo”. Esa falencia también tiene que ver con que entendemos la diferencia como una amenaza a la que hay que atacar –con matoneo o con armas–, pues hemos sido un país históricamente cerrado a la migración y con poco poder adquisitivo para viajar a conocer el mundo y nutrirnos de la riqueza de otras culturas. ¡Qué reto tenemos con la llegada de miles de venezolanos!
Esa falencia también tiene que ver con que entendemos la diferencia como una amenaza a la que hay que atacar.
Dije al principio que lo sucedido indignó a la mitad del país, porque la realidad es que el video resulta chistoso para muchos, que, incluso, consideran “faltos de ambiente”, amargados o exagerados a quienes el hecho nos parece indignante. La exitosa humorista Liss Pereira me dice: “Hay que preguntarse si esto se trata de quién hace el humor o de quién se ríe de eso. Porque, por ejemplo, los videos de Epa Colombia (que apelan a lo vulgar) los comparte mucha gente. Pero cuando algo se vuelve coyuntural, todo el mundo se pega a la ‘moral de las redes’ para asumir una posición que realmente no tiene”. Y el también exitoso Pucheros agrega: “No celebro ese humor, me parece ofensivo, pero no sé si al humor se le deba poner mucha cortapisa para quitarle la libertad de que también pueda ser ofensivo. Muchos piensan que el humor puede ser tan transgresor que también tiene licencia para ser burdo y desconsiderado. Claro que el público debe tener las mismas libertades del humorista para responder. Pienso que quien lo hizo merece una sanción, pero la reacción ha sido exagerada, pues lo que hizo no es un delito transnacional, y están tratando a Twitter como si fuera una filial de Interpol”. Y George Pinzón me dice que oír a los japoneses en los mencionados videos “es chistoso fonéticamente, pero que se haya hecho a través del engaño es un abuso”.
Capítulo aparte merece la discusión ya no sobre el estilo del humor que se ve en el video, sino sobre los objetos de este: la mujer, los homosexuales, el sexo. El señor Guillermo Morales pidió disculpas; al respecto, la directora de Sisma Mujer, Claudia Mejía, reflexiona: “Solo cuando se entiende el daño que se ocasiona con el comportamiento tiene sentido el pedido de perdón. Antes es apenas un acto formal que no tiene la mayor importancia”. Así llegamos a la pregunta: ¿entendemos el daño? Más vale que sí, porque el humor no es broma.
Nota: anticonceptivos 50 % más baratos nos deja la sexta circular del Gobierno para bajar el precio de los medicamentos. No faltará quien diga que esto es para que seamos “más p… pa’ dónde”.
CLAUDIA PALACIOS