En cuestión de días pasan cosas que hasta hace relativamente poco eran inimaginables. La Corte Constitucional ordena dar toallas higiénicas a mujeres habitantes de la calle, protege el derecho de una mujer a rechazar a un hombre y el de una niña a participar en un equipo de fútbol de niños. Adicionalmente, el Presidente crea un consejo asesor de mujeres empresarias para que lo ayuden a potenciar el emprendimiento en otras mujeres, Colombia recibe aportes de Estados Unidos específicamente para facilitar que las mujeres accedan al crédito, y el Minsalud reglamenta el acceso a tratamientos contra la infertilidad. Y además, un nutrido y poderoso grupo de mujeres de la izquierda se aparta del candidato de su partido por los señalamientos en contra de este sobre maltrato a su expareja.
Pasa tanto y tan rápido que cuesta detenerse a pensar en lo que esto significa, y podemos llegar a creer que no queda gran cosa por hacer. Pero, como ha costado mucho llegar a este momento en el que el mundo, quizá como nunca antes, nos mira y nos oye a las mujeres, y nada de lo logrado está garantizado para siempre, es necesario que cada quien tome conciencia de la relevancia de lo que está pasando y decida cuál es el rol que va a jugar y por qué.
En este punto de la revolución de las mujeres hay que hacer un gran esfuerzo para que lo cambiado sobre el papel se vuelva parte de la cultura. De nada serviría el fallo de la Corte sobre el derecho de una mujer a rechazar a un hombre si los hombres continúan portándose como donjuanes y las mujeres siguen temiendo ponerlos en su sitio o creyendo que ese comportamiento donjuanesco es irrelevante. Las que hemos aprendido a vivir con el acoso, a sortearlo o hasta a disfrutar de él, debemos desaprender. De nada serviría el Consejo asesor del Presidente para promover que haya más mujeres emprendedoras y empresarias si las mujeres no aprovechan esa oferta, bien sea porque tienen otras afinidades políticas o porque, algunas, viven feliz y cómodamente mantenidas. Temo que este grupo de congéneres, especialmente si son jóvenes, no se da cuenta de lo que pierde por no tener independencia económica, ni de cómo estropea el legado de las mujeres de esta generación.
Reitero, el siguiente paso es cambiar la cultura. Los fallos y los decretos son solo el efecto de la lucha que han dado las más aguerridas, que son, a su vez, las que han sido pioneras en detectar lo que hay que desnormalizar. Ellas han abierto trocha y, en muchos sentidos, ya lograron que esos caminos se volvieran una especie de vías terciarias, pero para que se les dé tratamiento de autopista es necesario que los usemos, que nos beneficiemos –mujeres y hombres– de las distancias que estos acortan, porque si no lo hacemos, se los comería la maleza.
Hago esta columna el mismo día que le he puesto el punto final al libro sobre empoderamiento femenino en el que he trabajado todo este año, cuyo punto de partida fueron las ideas que he publicado por más de dos años en este espacio editorial. En pocos días, por mis redes sociales, les ampliaré cómo ha sido la experiencia de hablar con 83 mujeres y 7 hombres que reúnen la más amplia diversidad de anécdotas y reflexiones sobre lo que significa ser mujer en Colombia. También los invitaré a que me ayuden a definir el nombre de este libro, que tendré la alegría de publicar en noviembre. Ese es mi aporte público a este momento de la revolución de las mujeres… me atrevo a decir que es un libro para hombres.
@claudiapalacios – IG Y FB: claudiapalaciosoficial