Vuelve y juega. Otra vez las marchas por el Día de la Mujer quedaron reducidas a escenas de vandalización de símbolos que hacen parte del paisaje urbano. Uno político, como el busto de Luis Carlos Galán; otro artístico, como la escultura de Fernando Botero. Y no es que a mí me gusten esas manifestaciones. Al contrario, creo que hacen mucho daño justamente porque desvían la atención y sirven en bandeja de plata el insumo para que las personas antiderechos, o las hastiadas con ‘tanta igualdad’ o las desinformadas o indiferentes sobre las causas de las inequidades, alimenten sus narrativas estigmatizantes sobre las mujeres y nuestras demandas: violentas, incontrolables, histéricas o feminazis, nos dicen usando como prueba las mencionadas imágenes.
No me dirigiré a las feministas que practican esas formas de lucha, quienes eufemísticamente llaman ‘intervenciones’ a lo que son hechos violentos que ofenden la memoria del país y atacan el patrimonio de la ciudad. Pienso que algunas de ellas, –ojo, algunas– son sectarias y por ende no hay manera de tener una conversación constructiva ni de llegar a acuerdos.
Además, sus argumentos sobre la paternidad oculta del líder asesinado como justificación de su accionar violento se quedan cortos frente a lo que evidentemente tuvo muy poco de reivindicación de los derechos de mujeres humildes –como aquella con la que Luis Carlos Galán tuvo un hijo que por años no llevó su apellido– y en cambio mucho de ataque político al actual alcalde, también hijo del líder asesinado.
Me referiré entonces a mis colegas de los medios de comunicación y a los y las ciudadanas cuyo impulso primario ante dichas manifestaciones es proscribir el feminismo. Empiezo por recordar que no hay un feminismo sino varios feminismos. Entonces, al decidir darle la mayor cobertura o atención a un feminismo que se expresa violentamente, se está escogiendo arbitraria y deliberadamente tomar partido.
Es como si ante una contienda electoral se decidiera cubrir solamente uno de los grupos políticos y además solo lo que el periodista considera reprochable de dicho grupo. No conozco cuál es el feminismo que practican las mujeres que grafitearon y quemaron los mencionados símbolos; quizá sea el feminismo anarquista que, como cualquier movimiento anarquista, se basa en el no reconocimiento del orden establecido, llámese Estado, sistema económico, etc. Con esa premisa justifican el ataque a cualquier cosa que represente o evoque dichos poderes.
Ante esta realidad, ¿por qué no cubrir la noticia con un criterio pedagógico, igual que se está haciendo, por ejemplo, con el divorcio de la Alianza Verde? Dirán que porque hay actos violentos de por medio, y sí, pero pienso que el conflicto armado nos dejó como enseñanza que el rol del periodismo ante la violencia debe ir más allá de registrar hechos y contar muertos. ¿Qué tal aplicar a la cobertura de las manifestaciones feministas algo semejante a los criterios con los que en su momento se decidió poner en blanco y negro las imágenes de cuerpos sin vida, o generar coberturas especiales que dieran cuenta de las causas y consecuencias del conflicto?
La información sobre las inequidades de género está al alcance de un clic, con suficiente sustento y profundidad como para ofrecérsela a la opinión pública, de manera que quienes se sienten indignados por las esculturas violentadas puedan tener al mismo tiempo el contexto que les permita entender las razones de dichos actos, sin que por esto se les invite a justificarlos ni a aceptarlos.
Desafortunadamente 3 feminicidios diarios, brecha de ingresos de 17,1 % y de participación laboral de 23 % de las mujeres respecto a los hombres son datos menos dicientes que una escultura violentada, porque a ratos quienes estamos en los medios nos olvidamos de que debemos hacer periodismo en vez de ser unos emberracados más.
Claudia Isabel Palacios Giraldo