Que Colombia es un país en el que las noticias no dan tregua lo sabe hasta la persona más desinformada, pero lo que ha pasado en las últimas semanas en este país desborda esa definición de la actividad noticiosa colombiana y debería ponernos a revaluar nuestro rol como ciudadanos/as..
Para revaluar ese rol no hay que sentirse satisfechos con lo sucedido, ni tener deseo de celebrar y ni siquiera llenarse de esperanza o montarse en el llamado al consenso hecho por el Gobierno electo. Nada de eso es necesario. Lo que sí es impajaritable es ponderar el momento, entender que es histórico, pensar más allá de lo coyuntural y hacer el mejor esfuerzo por ser visionarios o adelantados a nuestro tiempo, como solemos llamar a personajes de la historia por quienes mostramos admiración.
Son tres los hechos que debemos leer a la luz de la historia: las confesiones de los líderes desmovilizados de las Farc, el informe de la Comisión de la Verdad y el triunfo de Gustavo Petro y Francia Márquez. Veamos uno por uno:
No hay que haber votado sí al acuerdo de paz con las Farc para entender la trascendencia de las confesiones sobre secuestro por parte de la otra cúpula de esa guerrilla y su reconocimiento de que lo que hicieron fue inaceptable y desviado de sus propósitos fundacionales, así como para comprender la importancia de que varias de sus víctimas pudieron decirles de frente lo que quisieron, incluso que no les creen su arrepentimiento. Que no fueron escuchadas todas las víctimas, que las Farc no han reparado, que tendrán penas mínimas, que las disidencias y otros grupos siguen desplazando, secuestrando, extorsionando y asesinando y un largo etcétera, aunque cierto e indignante, no debe opacar el inmenso valor de esos hechos, que se mide no solo en el daño que dejaron de hacer esos excomandantes al desmovilizarse y en el alivio para las víctimas que empiezan a conocer por fin la verdad, sino en la lección que queda para la historia, si es que nos permitimos verla: cuando los pensamientos no hegemónicos no tienen espacio dentro de la legalidad, se radicalizan y se deshumanizan; mientras que pasa lo contrario cuando sí lo tienen.
En cuanto al informe de la Comisión de la Verdad, no hay que considerarlo imparcial ni balanceado, ni compartir cada párrafo para reconocer que su contenido es la radiografía de un país enfermo que todos tenemos el deber de curar, sin importar quién trajo el virus que lo contaminó. Lo que se ha revelado hasta ahora debe servir como un detonador de conciencia para entender que haber nacido en este país implica crear un proyecto de vida que trascienda el interés individual.
Y en cuanto al triunfo Petro-Márquez, no hay que haber votado por esta fórmula para aceptar que su gobierno es una oportunidad para evolucionar como nación y por ende como ciudadanos/as, bien sea para hacer funcionar para el bien de todos el modelo que proponen o para contrarrestar los desaciertos que llegaran a cometer, desafiándonos a obrar con interés de largo plazo, aunque en el corto y mediano nos estimule el deseo vanidoso de tener la razón o nos tiente la pugnacidad de la polarización.
¿Cómo lograr leer estos 3 hechos a la luz de la historia a pesar de cuánto nos perturben o emocionen? Como cuando escribí mi libro Perdonar lo imperdonable, pienso que debemos hacer un viaje en el tiempo: tomar sucesos y personajes históricos para preguntarnos qué hubiéramos hecho en sus circunstancias, para descifrar cómo lograron adelantarse a su tiempo y cambiar para bien el curso de la historia, y para emularlos con nuestros desafíos del presente. Con ese o con cualquier otro método, reconsiderar nuestro rol en la sociedad es el deber ciudadano más importante que tenemos hoy.
Claudia Isabel Palacios Giraldo