Por ser hombres

Un sistema que utiliza la presión social por demostrar la hombría para deshumanizar a los varones.

Oír los aterradores testimonios de los 12 exmilitares que admitieron su responsabilidad en los ‘falsos positivos’ ejecutados entre 2002 y 2005, mientras hacían parte del Batallón La Popa de Valledupar, me ha hecho sentir, además de tristeza y rabia, compasión. Compasión no solo por las víctimas y por sus valientes familias, que, sobreponiéndose al dolor, se han dirigido con estoicismo y dignidad a sus victimarios, sino compasión por los victimarios mismos. Sus narraciones están atravesadas por algo que me atrevo a llamar la maldición de ser hombre. Me refiero a que por razón de su sexo terminaron envueltos en situaciones que los convirtieron –como dijo uno de ellos– en monstruos.

Todos, en el fondo y seguramente sin pensarlo así, terminaron delinquiendo como lo hicieron por cumplir mandatos de masculinidad: en unos casos por normas impuestas, como prestar el servicio militar obligatorio; y en otros por normas tácitas, como demostrar valentía, hacerse respetar y tener éxito y reconocimiento… a costa de lo que sea. Esos son los parámetros con los que la sociedad mide a los hombres en prácticamente todos los ámbitos en los que se desenvuelven, solo que en la vida militar se notan más por las estructuras rígidas que obligan a obedecer el orden jerárquico, con limitado chance de objetar conciencia; y a defender el honor de la institución con una irrebatible solidaridad de cuerpo. Además, el acceso al uso de las armas, con la sensación de poder que estas dan, y una carrera que reta a llenar el uniforme de medallas cargadas de simbolismo e impuestas en pomposas ceremonias hacen muy complejo que una persona que entra a temprana edad –como lo hacen todos– pueda hacerse a un lado cuando encuentra una situación que confronte su ética y valores.

No trato con esto de excusar lo que hicieron, ni de llamar a moderar sus condenas. De hecho, ellos mismos han dicho que sus actos son injustificables e imperdonables. Lo que me propongo es hacer ver la línea transversal trazada por un sistema que utiliza la presión social por demostrar la hombría para deshumanizar a los varones. Uno de ellos, luego de narrar que por cada 7 bajas (entiéndanse asesinatos) les daban la Medalla Gris, descansos, comida, festejos y los hacían candidatos para viajar al Sinaí, dice: “Hoy en día puedo ver que estaba causando un daño moral y sicológico”. ¡Hoy en día!, casi 20 años después, y solo tras la madurez que dan los años, la reflexión a través de un sistema de justicia transicional y los golpes que ha recibido por sus actos, como el abandono de su familia, este hombre ha podido entender el horror de lo que hizo. Antes, cuando era joven, deseó y aceptó sin cuestionar el rol de macho, quizá porque se sentía más realizado y valorado como hombre acumulando aplausos, aunque fuera a costa de matar inocentes que protegerlos.

Otro recuerda: “Cuando no nos habían vuelto unos criminales, a esos niños les dábamos desayuno porque ellos nos veían como héroes. Hoy son huérfanos por culpa de nosotros… En aquellos tiempos no tuve el valor que tengo hoy… Lo hacía como una persona ignorante, por darle gusto al coronel de que el batallón estuviera en los primeros lugares. Porque competían entre batallones”. Parece que su comandante también era ignorante, en ese caso del impacto de presionar a un joven subordinado a dar resultados alentando su espíritu competitivo antes que el debido respeto por la vida.

Sé que la Fuerza Pública está llena de hombres (y mujeres) honorables que hacen su trabajo con amor por Colombia y respeto por lo que representan sus instituciones, y sé que también muchos de sus miembros han sido víctimas; pero hay algo dentro de ellas relacionado con el concepto de hombría que no está bien. Seguir negándolo no salvará el honor militar, enfrentarlo sí.

Claudia Isabel Palacios Giraldo

AnteriorSemanas históricas
SiguienteDuque y las mujeres