Empiezo diciéndolo claro y directo porque en muchos casos así comienza el acoso sexual: diciéndonos o insinuándonos que estamos lindas. Por eso creo que esta frase, aunque para muchas mujeres sea un halago deseado, y para muchos hombres sea una expresión natural de su masculinidad, debería pasar a ser solo producto del consentimiento. Basta escuchar los testimonios que han salido a la luz de parte de valientes estudiantes, casi todas mujeres, de colegios de Cali, Medellín y Bogotá en los que se han conocido recientemente casos de acoso sexual, para entender que este comportamiento se expresa de formas mucho más amplias y diversas de las que creemos.
Díganme, pues, si no es efectivo dar cantaleta sobre estos temas. Esas 36 leyes contienen garantías para repartición de baldíos con equidad Una de estas chicas le dijo al periodista William Parra, de Noticentro 1 CM&, que uno de sus profesores acostumbra a decirles a ella y a sus compañeras frases como “estás muy linda”, “mi amor”, o “hazte cerca de mí que yo te cuido”. La joven aseguró haberle dicho al profesor que eso la incomodaba y que debía respetarla como estudiante y como mujer. Con evidente frustración agregó que al poner la queja ante las directivas del colegio no le creyeron, y que las otras estudiantes afectadas no se atreven a hablar.
Su testimonio me llevó a recordar a un profesor de matemáticas que tuve, que al calificarnos los exámenes nos ponía notas cariñosas y corazoncitos. Si bien nunca me sentí acosada por eso, varias de mis compañeras y yo vivíamos más pendientes de qué nos había escrito el profesor que de qué tanto aprendimos la materia. Eran otras épocas, unas en las que las niñas ni siquiera teníamos herramientas para cuestionar esa intromisión y, al contrario, moríamos por ser las favoritas de los tipos que tenían cierta jerarquía o popularidad, sin entender que su cariño y amabilidad eran una argucia que nos ponía en peligro.
Pero el mundo ya cambió, y hoy muchas mujeres sí somos capaces de identificar el acoso velado detrás de un comportamiento que es aparentemente un mero acto de cortesía y amabilidad. Por eso creo, incluso, que la definición de acoso sexual en el Código Penal debe ser actualizada, pues la forma como está escrita en el artículo 210A de la Ley 1257 de 2008 y los fallos que posteriormente la han aplicado dejan zonas grises en las que los acosadores encuentran cómo escabullirse. La Corte suprema ha dicho, por ejemplo, que para que se tipifique este delito la conducta debe ser repetitiva e insistente, a pesar de que muchos acosadores logran acorralar a su víctima y pasar directo al abuso sin dejar huella del comportamiento de acoso.
El caso es claro en un fallo que emitió esa corte en 2018, al tumbar una condena al director de un hogar juvenil que fue denunciado porque frotó sus partes íntimas durante 30 minutos con el cuerpo de un joven de 14 años, mientras dormían en la misma cama. La Corte dijo que lo que sucedió fue más que un acoso y sin embargo tampoco condenó al director por acceso carnal violento porque la Fiscalía no pudo probar que el acto ocurrió con violencia.
Si tuviéramos educación sexual desde la niñez, desde luego que adecuada para cada edad, jóvenes como la del informe periodístico o el del fallo mencionados no habrían estado expuestos a vivir esas amenazas a su integridad física y mental, pues seguro habrían tenido confianza para denunciar ante el primer indicio. Las autoridades competentes ya han hecho los manuales para prevenir y denunciar el acoso sexual, en cumplimiento de leyes como la 1620 del 2013, sobre convivencia escolar, pero las instituciones no los aplican por la enorme e infundada barrera cultural que nos lleva a relacionar educación sexual con promiscuidad, relaciones tempranas y supuestos ‘convertimientos’ de niños/as heterosexuales en homosexuales. El balón está en la cancha de los y las ciudadanas del común. ¿Cuántas denuncias más vamos a soportar para empezar a entender que todo empieza por decirnos que somos lindas?
Claudia Isabel Palacios Giraldo
Video lectura de la columna.