Ey, Maluma y J Balvin

Dignos representantes de la instrumentalización sexual de las mujeres.

El Gobierno lanzó hace unos días los ‘Proyectos tipo para la equidad de género’, un esfuerzo entre muchos que se hacen desde lo público y que se suma a centenares de iniciativas privadas para avanzar en alguno de los aspectos necesarios para cerrar las brechas de inequidad entre hombres y mujeres: autonomía económica de las mujeres, mayor participación de ellas en posiciones de liderazgo, prevención de la violencia y feminicidios, etc.

Casi al tiempo, los cantantes Maluma y J Balvin lanzaban, respectivamente, Gata y Perra, sus más recientes canciones, que los consolidan como dignos representantes de la instrumentalización sexual de las mujeres. Escuchen: “… tu amiga me perreó, de ipso facto respondí. Ese postre no estaba en el menú, yo quiero una gata como tú…”, canta el mismo de las Cuatro babys; mientras su paisano dice: “Cuidado que este perro anda sin bozal” en respuesta a su compañera de dueto, Tokischa, quien declara: “Yo soy una perra en calor, estoy buscando un perro pa’ quedarme pegá… tengo la rabia canina, calentura vaginal”.

Por razones obvias, entre el lanzamiento del Gobierno y los de Maluma y Balvin, los dos últimos han sido más conocidos por la opinión pública, lo cual me lleva a preguntarme por el impacto que puede tener esto en el éxito del primero. Imagino a una de las 500 mujeres del Huila que se espera que se beneficien con la inversión de $4.000 millones del primer proyecto tipo para la equidad de género, llegando con su emprendimiento a una negociación en la que sus contrapartes han escuchado, tarareado o bailado Gata o Perra, y me pregunto qué tan en serio pueden tomar a dicha mujer y qué tan posible es que esta se sienta en un ambiente lo suficientemente profesional como para desplegar su talento en pro del éxito de su negocio. ¿Estarán pensando ellos si esta emprendedora es una gata o perra en calor, y si su acercamiento es una ‘búsqueda de un perro pa’ quedarse pegá’?

Supongo que, en términos generales, la respuesta es no, pero considero que por pocos que sean los que piensen así, el daño es significativo y por eso, aunque me caigan encima quienes defienden en todo caso y circunstancia la libertad de expresión, considero que no debemos seguir permitiendo que estos y otros artistas hagan con la psiquis de la sociedad lo que se les viene en gana. Son muchos los recursos que hay que invertir para que una mujer desarrolle o recupere su autoconfianza y autonomía en medio del bombardeo de mensajes que nos dicen que somos objetos, ya sea para el placer masculino, para la reproducción de la sociedad, para la rentabilidad de las marcas comerciales, para el cuidado doméstico gratuito, etc.

Si queremos que esas inversiones sean fructíferas, no veo por qué tenemos que quedarnos callados ante quienes bombardean dichos esfuerzos. Para el caso específico de las canciones –las que refiero en esta columna son solo un ejemplo de muchas–, ya sé que censurarlas en la radio o en las plataformas digitales no hace más que aumentar su popularidad, por eso invito a quienes compartan mi preocupación a que pensemos en alternativas. Hay quienes dirán que el asunto queda resuelto con canciones que también sexualizan a los hombres, como algunas de cantantes de pop urbano, como Karol G o Anita; pero esto, por divertido que parezca, es solo extender a los hombres una de las inequidades históricas soportadas por las mujeres, y están por verse sus consecuencias.

Mi planteamiento no es moralista, la libertad sexual de las mujeres está entre lo que reclamamos las feministas, pero llevar al top 10 canciones que refuerzan la posesión de las personas y sus cuerpos, no importa de qué género sean, está más cercano al concepto de esclavitud que al de libertad.

Video Lectura de la Columna.

Claudia Isabel Palacios Giraldo

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