El hombre que te mata

A esos que celan con ternura, controlan y prohíben con preocupación, callan y manipulan pero se disculpan, hay que huirles.

El hombre que te mata es el mismo que con voz de consentido te cela. Esa voz no significa que sus celos son amor.

El hombre que te mata es el mismo que mientras te mira con ternura te dice que no te veas con tus amistades o familiares. Esa ternura, créelo, no es amor.

El hombre que te mata es quien, incluso con cariño, te pide cambiarte de ropa, de maquillaje, de peinado, o borrar una publicación de redes. Ese cariño no es producto del amor.

El hombre que te mata se muestra preocupado por ti y por eso pretende controlar tus tiempos, tu forma de mirar, caminar o bailar. Esa preocupación no es de amor.

El hombre que te mata te calla –en público o en privado–, luego te dice que lo siente y hasta llora. Ese llanto no es de amor.

El hombre que te mata te hace chistes sexistas, si te molestas te dice que no exageres, pero te promete que no lo volverá a hacer. Su humor no es amor.

El hombre que te mata es el que te hace sentir que si no le das sexo cuando él quiere, aunque tú no quieras, es porque no lo amas. Su deseo no es de amor.

A esos que celan con ternura, controlan y prohíben con preocupación, callan y manipulan pero se disculpan, hay que huirles. Huirles igual que a los que celan, controlan y prohíben con violencia evidente. Huirles para siempre al menor indicio, pues justamente porque solo saben amar tóxicamente, también están dispuestos a matarte y claro, dirán que lo hacen por amor.

Sin embargo, ese hombre que te mata no piensa que te quiere matar. Mata porque es un eunuco emocional, que en materia de amor solo sabe recibir, no dar. Por eso te culpa de sus comportamientos y no está dispuesto siquiera a darse cuenta de cuál es su problema, y menos aún a corregirlo. Además, mata porque no te ve como un ser humano, sino como un objeto a su servicio, al que puede desechar o patear cuando deja de funcionar como él espera. Y también mata porque matar es de machos –o eso cree– y porque le importa más ser macho que ser hombre.

De ese hombre que te mata, huye.

No eres tú quien puede ayudarlo, ni salvarlo.

Solo huye.

Huye hasta que estés completamente a salvo.

Huye, porque ni la disminución de beneficios a los condenados por feminicidios te va a salvar de que te mate. Esa medida es importante, pero por lo pronto no evitará que seas la próxima víctima.

Huye en memoria de Stefany Barranco Oquendo, Natalia Vásquez Amaya y Leidy Daniela Moreno, las víctimas 269, 270, y 271 de la violencia feminicida de este año.
Huye en nombre de Valentina Trespalacios, la joven DJ asesinada y descuartizada, cuya familia es la única de las 407 que lograron que se abriera un proceso judicial al feminicida, que puede decir que se hizo justicia, a pesar de que el asesino no reconoció los cargos.

Huye para que también tú empieces a trabajar en ti y experimentes que el amor no cela, ni controla ni prohíbe.

No hay afecto, ni ternura, ni cariño, ni regalos, ni dinero, ni placer, ni hogar, ni amor de padre para tus hijos ni nada, nada que valga más que tu vida.

Huye con la certeza de que el riesgo en el que estás no es tu culpa, pero huye para que no seas la próxima víctima.

Huye para que se acaben los hombres que nos matan, aunque no sea porque ellos dejen de matar, sino por falta de mujeres dispuestas a quererlos.

Claudia Isabel Palacios Giraldo

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