Doña Nydia, solidaridad y más

Una mujer inconforme, rebelde y disruptiva, que logró cambios sin necesidad de arrasar con todo.

No sé por qué cuando me enteré de la muerte de doña Nydia Quintero la palabra ‘disruptiva’ vino a mi cabeza. Digo que no sé por qué, pues antes de escribir esta columna el significado de disrupción que solía usar es el que defino según lo que observo en estos tiempos: acción de irrumpir en un orden establecido para cambiarlo, al margen de los daños colaterales que pueda ocasionar y de si se justifica o no el cambio buscado.

Es decir, no me parece que sea una palabra para referirse siempre a algo positivo. Por eso seguramente mi cerebro me corrigió de inmediato, pues no tengo conocimiento de que el carácter disruptivo de doña Nydia haya generado algo que no pueda contarse en positivo. No obstante, la palabra ‘disruptiva’ seguía rondando en mi cabeza porque no se me ocurrían mejores términos para referirme a una mujer que se casó a escondidas con un hombre que le doblaba la edad, aunque eso no fuera poco común en esa época; que usó su poder como esposa de uno de los líderes políticos más prominentes de la nación (a la postre presidente) para desarrollar sus propias metas, cuando hubiera podido conformarse con ser –como muchas mujeres de su tiempo– el poder detrás del trono; que se hubiera vuelto a casar, cuando lo usual entre las divorciadas de su generación y a su edad era quedarse solas sin darle nuevas oportunidades al amor en pareja; que hubiera perdonado a los causantes del horror que vivió por el asesinato de su hija Diana, a pesar de que su estatus de gran dama de la nación quizá le confería licencia para cosechar adeptos enarbolando banderas menos pacíficas; y que hubiera convertido su causa –la de la solidaridad– en una causa de cientos de miles, que ya tiene medio siglo, a pesar de haberla iniciado en una época en la que las causas de las mujeres muchas veces no superaban los primeros obstáculos.

Claro, fue una privilegiada, ¡quién no le pasaba al teléfono!, ¿pero acaso cuántas privilegiadas han hecho siquiera un ápice de lo que ella hizo? Por eso, justamente por eso, también fue una disruptiva. Doña Nydia hubiera podido quedar en la historia sin necesidad de amarrarse el delantal para servir almuerzos, o sin ponerse las botas para ir a socorrer a víctimas de desastres naturales, o sin darles abrazos y besos llenos de amor a miles de niños y ancianos con quienes solo la unía ser hija de una misma patria. A fin de cuentas, ya había sido ‘la esposa de’, la primera mujer colombiana con un matrimonio anulado por el Vaticano, y la madre que movió cielo y tierra para que no rescataran por la fuerza a su hija. Pero ella fue mucho más porque fue una disruptiva en el sentido amplio de la palabra, aunque esta no fuera de uso común en sus años de mayor actividad.

En una entrevista que le dio en 2011 a Margarita Vidal, para El País de Cali, la periodista le preguntó por qué un día se había definido como una rebelde. Doña Nydia le contestó: “Yo, más que rebelde, soy una inconforme con la desigualdad que hay en el país. Por eso lucho para que quienes elaboran las leyes tengan en cuenta las necesidades de las gentes más pobres en todas las regiones del país. Yo me rebelo contra la pobreza, la inequidad, la injusticia y la mentira”.

Qué mejor honor le haríamos a doña Nydia que emular su ejemplo de mujer inconforme, rebelde, disruptiva: una disrupción que parte de la conciencia y urgencia de cambios, pero que tiene el poder de ser capaz de lograrlos sin necesidad de arrasar con todo.

Y quién merece un milagro…, ¡ese milagro!, más que ella.

P. D. Y a propósito de solidaridad, ¡cuánto mejor uso se les hubiera podido dar a los millones que gastaron Bezos y Sánchez en su loba y vulgar boda! No están obligados al buen gusto, pero algo de ética en el uso de sus privilegios no les vendría mal.

Claudia Isabel Palacios Giraldo

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