Llevamos años desnormalizando aquello de que la maternidad es un impedimento para que las mujeres sean todo lo demás que quieran ser: hicimos normas que volvieron ilegal que en una entrevista de trabajo se les pregunte si quieren tener hijos, hemos visto a mujeres políticas asistir con sus bebés de brazos a trabajar y amamantarlos en público mientras votan proyectos de ley o gobiernan, hemos visibilizado las historias de mujeres CEO con 5 hijos y también a las que no tienen ninguno, y hemos cuestionado que a unas y a otras se les pregunte cómo pueden ser buenas mamás y al tiempo buenas ejecutivas, o si no les hace falta tener hijos para realizarse como mujeres.
Es decir, hemos recorrido un largo camino en pro de las maternidades deseadas, entendiendo que según cada mujer esto puede significar muchos hijos, pocos hijos o cero hijos. ¡Y claro que estamos lejos de llegar a condiciones ideales! De hecho, según Unfpa, el 50 % de los embarazos del mundo son no deseados y la cuarta parte de las mujeres no pueden planificar libremente, pero vamos bien encaminados… o íbamos, porque parece que matamos el tigre y hay quienes se asustaron con el cuero. ¿Por qué les sorprende tanto a algunos que cuando las mujeres podemos decidir, la tasa de natalidad cae significativamente? ¿Tanto cuesta entender que una mujer sin hijos es también una mujer completa?
El informe anual del Fondo de Población de Naciones Unidas, recientemente revelado, muestra que entre las personas menores de 50 años solo 11 % piensa que no tendrá tantos hijos como desea, el 40 % de estas por falta de dinero, el 20 % por falta de esperanza en el futuro y el 15 % por falta de pareja. En contraste, un 37 % piensa que tendrá más hijos de los que le gustaría tener, y el resto o cree que tendrá los que quiere o no sabe o no responde.
Así las cosas, las políticas pronatalistas que priorizan la cantidad (de personas) sobre la calidad (de vida), tipo los 5.000 dólares por hijo que, según The New York Times, ofrecería el gobierno Trump, o el millón por hijo que propuso la candidata Vicky Dávila, para que –entre otras cosas– “los jóvenes entiendan que el socialismo destruye y el capitalismo genera riqueza”, están desconociendo que la autonomía de las mujeres ‘ni se compra ni se vende’, y que, como concluye el organismo de la ONU, “la caída en la natalidad no es un asunto de fecundidad sino de derechos reproductivos”. Entonces, en vez de poner en riesgo lo avanzado en autonomía de las mujeres para tratar de mantener sistemas pensionales caducos, o para espantar la amenaza de ideologías políticas, o para contrarrestar el efecto de políticas antimigratorias, como es el caso del gobierno de Viktor Orban, en Hungría, deberían analizar los estudios sobre el impacto de maternidades (y paternidades) no deseadas en niveles de pobreza, descontento social, salud mental y violencia intrafamiliar y de otros tipos.
Sean poco coercitivas, como la campaña italiana ‘Date prisa que la belleza no tiene edad, pero la fecundidad sí’, o muy coercitivas, como la ley iraní de ‘Población juvenil y protección de la familia’, que prohíbe hasta la promoción, gratuidad y uso de métodos anticonceptivos, no me cabe duda de que el resultado de estas políticas mostrará que sale más caro el caldo que los huevos. Además, me preocupa que al paso que vamos y con la sombra aún visible en varios países de políticas extremas, como las esterilizaciones forzadas, se abone el terreno para llegar a otras igual de extremas, como inseminaciones forzadas.
En todo caso, si faltan aún 25 años para que la población mundial empiece a decrecer, ¿no será mejor pensar en un diseño del mundo en el que tener poblaciones con más viejos que niños sea una oportunidad y no un problema?
Claudia Isabel Palacios Giraldo