El dilema social, documental de Netflix, debería ser visto por toda persona que use una red social. Exdirectivos y creadores/as de algoritmos y estrategias con las que compañías como Facebook, Instagram, Google, YouTube, Twitter, Pinterest, Apple, Mozilla, Firefox, entre otras, mantienen cautivos a sus usuarios hacen contundentes confesiones sobre los intereses no éticos que mueven estos emporios de los datos.
“La tecnología de la redes sociales está creando más polarización, más soledad, más caos, más elecciones inseguras, más incapacidad para que las personas se concentren en lo que es importante”, dice Tristan Harris, quien asegura haber renunciado a Google luego de que no fue atendida su propuesta para cambiar el enfoque de negocio de este y otros gigantes tecnológicos, cuyo propósito es competir por capturar la atención de los usuarios para vender la mayor cantidad de publicidad, aunque saben que esto lleva a que la gente se pase la vida en un celular.
El creador del modelo de monetización de Facebook asegura que teme que por la polarización que generan las redes estalle una guerra civil en el corto plazo; y quien creó el modelo de visualización de YouTube agrega desconcertado que no imaginó que esto generara polarización, pues cada persona termina creyendo que todo el mundo piensa o debe pensar como ella, ya que el algoritmo la expone únicamente a lo que sabe que le gusta. Testimonios como estos son acompañados de evidencias presentadas por docentes de prestigiosas universidades. Uno de ellos asegura que desde que comenzó el mayor auge de las redes sociales, hacia 2010/2011, la tasa de suicidios en EE. UU. ha aumentado en 70 % en jóvenes de 15 a 19 años, y en 151 % en los de 10 a 14 años. “Esta es una generación que se deprime si sus publicaciones no reciben muchos likes y que está expuesta a las avalanchas de críticas que suelen circular por las redes, en las que pasan más tiempo del que creen”.
Pero no pasamos tanto tiempo en redes meramente por falta de voluntad para desconectarnos, sino porque cada red está diseñada para que los usuarios no paren de usarla, pues funciona con mecanismos psicológicos de persuasión, como con los clientes de un casino. Esos mecanismos están hechos a la medida de cada persona, debido a los cientos y miles de datos que les regalamos a las compañías cada segundo que pasamos conectados a uno de sus productos tecnológicos, y que les permiten saber cuándo estamos tristes, felices, rabiosos, etc.
Todos los testimonios coinciden en que el problema no radica en que los creadores de tecnología sean personas malvadas, sino en un modelo de negocio con incentivos financieros exorbitantes, al que urge regular, igual que se hace con industrias de sensible impacto para la humanidad, como las que trabajan con recursos naturales.
“Las noticias falsas se divulgan 6 veces más rápido que las verdaderas”, dice Tristan. Y otro de los ‘tecnoarrepentidos’ agrega: la información falsa es lo que hace que estas empresas ganen plata; la verdadera no, porque es aburrida de consumir para los usuarios.
A pesar de las preocupaciones que generan estos testimonios, sentí algo de alivio al verlos. Hace rato vengo diciendo que hay que regular el uso de las redes sociales, pero siempre me caen encima con el argumento del riesgo que esto tendría para la libertad de expresión. Puede ser que ahora que los creadores de las redes se han confesado, esta conversación se pueda dar.
Nota. Quizá nunca como ahora había sido tan difícil ser joven en Colombia. Alto desempleo, nuevas violencias, encierro y perturbación por las tóxicas redes. ¡SOS por esta generación!
Claudia Isabel Palacios Giraldo