Cuando el alcalde de Cali, Maurice Armitage, decidió mantener la prohibición del parrillero hombre en moto para “escuchar a la gente” que le dijo sentirse “insegura con los parrilleros hombres”, a pesar de que su secretario de Seguridad, Andrés Villamizar, recomendó levantarla porque “no tiene mayor efecto en la reducción del delito pero impone costos a los ciudadanos cumplidores de la ley”, triné que si yo fuera hombre, este tipo de cosas me pondrían a pensar y que los hombres harían bien en repensar su masculinidad para evitar que la gente les tema. Como es apenas natural, algunas personas –todas hombres– criticaron mi mensaje.
Por sus respuestas deduzco que lo sintieron como una agresión. Entonces me quedé pensando por qué la invitación a repensar la masculinidad resulta agresiva. Las mujeres estamos acostumbradas a solidarizarnos con las realidades de otras mujeres, aunque estas sean muy distintas a la nuestra, porque –además de rechazarlas genuinamente– entendemos que aunque en nuestro ámbito es poco probable que, por ejemplo, seamos víctimas de un feminicidio, este es el peor resultado de la prevalencia de una estructura social que pone a las mujeres en desventaja, y que tiene consecuencias menos peores pero igualmente urgentes de cambiar, que sí nos pueden afectar directamente: acoso callejero, menor remuneración por nuestro trabajo o menores posibilidades de desarrollo laboral, o más carga de las tareas del hogar, entre otras cosas.
En mi trino pregunté quién será el macho que tome la iniciativa de repensar la masculinidad. Lo dije así porque muchos relacionan hombría con valentía
Entonces, no veo un escenario en el que repensarnos como mujeres, en nuestros derechos y roles, pueda ser agresivo. Al contrario, aunque suele ser desafiante, es entrar en un camino muy liberador. Entiendo, claro, que los hombres no han tenido tal necesidad de pensar en lo que significa ser hombres, no solo porque ellos han tenido la posición privilegiada, sino porque puede ser muy arriesgado cuestionar lo que está tan definido por los cánones culturales.
No querer ser el macho que manda, el aguerrido, el proveedor es quedar expuesto a ser señalado de mujercita o de maricón. Y eso, según los mismos cánones, puede ser la muerte social. Pero si los hombres se ponen a pensar sobre lo que significa que más del 90 por ciento de las víctimas de homicidio en Colombia sean hombres, que el número de hombres presos sea 10 veces más alto que el de mujeres, ¿no será que esto revela la necesidad de que repiensen su manera de ejercer la masculinidad, al menos por ser solidarios con sus congéneres? ¡Cuántos de esos hombres en la cárcel cometieron delitos por andar demostrando que son hombres!… o sea, por dejar claro que ellos son los que mandan en el barrio o en la casa, por emborracharse para demostrar que ‘no son unas nenas’, porque son los que tienen que llevar la plata a la casa, o porque aprendieron que el éxito es tener un yate último modelo y terminaron consiguiendo eso ilegalmente.
En mi trino pregunté quién será el macho que tome la iniciativa de repensar la masculinidad. Lo dije así porque muchos relacionan hombría con valentía, y sí que se necesita valor para cuestionarse y cambiar. Pero no tienen que empezar de cero, grupos como Hombres y Masculinidades, Manes a la Obra, Red Cecevim, entre otros, han desarrollado conocimiento, talleres y hasta metodologías para repensar lo que es ser hombre. Ojalá surgieran hordas de valientes que potencien lo que ellos vienen haciendo. Hombres, queridos hombres, amorosamente les sugiero no dejarse coger más ventaja. Las mujeres llevamos décadas ‘repensándonos’; no en vano, algunos creen que la única revolución reciente exitosa es la femenina. Las de hoy somos muy distintas a nuestras madres y abuelas, y lo logramos con mucha dificultad pero relativamente en muy poco tiempo. ¿Están listos para las mujeres del mañana?