Un cuarto de siglo se ha tardado el mundo en cumplir a medias la agenda de la Conferencia de Población de El Cairo. Los 179 países participantes se propusieron reducir la mortalidad materna en 75 %, pero esta solo descendió en 40 %; también firmaron que garantizarían acceso universal a métodos de planificación familiar seguros, y, aunque esto se ha duplicado en los países desarrollados, aún 232 millones de mujeres que no desean ser madres no tienen acceso a ellos; en consecuencia, la disminución de embarazos no deseados solo se logró en un 16 %.
Y ni qué decir de la participación de los hombres en quehaceres del cuidado no remunerado, en lo que, según el Fondo de Población de Naciones Unidas, en los 23 países de los que hay datos, solo aumentó en 7 minutos por día la dedicación de los hombres a las labores domésticas. Reconociendo tal lentitud, se lleva a cabo esta semana la Conferencia de Nairobi, en la que Colombia reiteró el compromiso adquirido hace 25 años en El Cairo, que, además, refrendó hace 6 en Montevideo, con el que, entre otras cosas, reconoce que “las mujeres y las niñas están más expuestas a desigualdades en las relaciones inequitativas de poder”. Para hacer frente a esa realidad se propone, para el 2022, reducir de 2,6 a 2 por cada 1.000 habitantes los embarazos en niñas de 10 a 14 años; al igual que de 61 a 56 los de jóvenes de 15 a 19 años. Para esto dice que promoverá “acciones concretas a favor de las niñas y las mujeres, para que puedan elegir libremente lo que quieren ser o hacer en sus vidas”.
Hay que pasar a un nivel más contundente de la estrategia que nos permita tener conversaciones realmente sinceras, al margen de juzgamientos morales, y que apunten a respetar la autonomía
Entonces, habla de “incrementar el acceso efectivo a métodos anticonceptivos de larga duración y reducir las necesidades insatisfechas en anticoncepción”. Veremos si lo plasmado en el papel se convierte en realidad, pero, por lo pronto, aunque no sean metas realmente ambiciosas, hay que reconocer que van más allá de lo que se esperaría de un gobierno que en materia de educación sexual ha sido más bien pacato. ¿Cómo cumplirlas en medio de las opiniones tóxicas, desinformadas o malintencionadas que relacionan educación sexual con ideología de género, o de la mojigatería que caracteriza a tantos colombianos, y de la rancia postura de algunos miembros de las iglesias o de la indiferencia de los demás?
Creo que hay que pasar a un nivel más contundente de la estrategia que nos permita tener conversaciones realmente sinceras, al margen de juzgamientos morales, y que apunten a respetar la autonomía y la conciencia individual para tomar decisiones respecto a la sexualidad y el cuerpo.
Algunos reportes de prensa se refieren a esta cumbre como una cumbre proabortista… quizá no se han tomado el trabajo de mirar la agenda, pero si es el aborto lo que les preocupa, lo mejor que pueden hacer es promover la educación sexual adecuada a cada edad, para que cada quien tenga más herramientas para vivir su sexualidad de manera responsable, lo cual lógicamente redundará en más relaciones sexuales consentidas, con protección, sin riesgo de enfermedades venéreas y de embarazos no planeados.
En ese escenario, el aborto podría ser una excepcionalidad y, entonces, el panorama estaría más depurado para hablar de este en términos de derechos humanos en vez de en términos de penalización, como lo plantea la médica y doctora en bioética Ana Cristina González, la única colombiana miembro del International Steering Commitee, comité de dirección política de la Conferencia de Nairobi. Lo responsable es informarse de primera mano antes de formarse una opinión; por eso, lo/as invito a consultar la página de la conferencia, http://www.nairobisummiticpd.org/ Solo una sociedad civil movilizada por razones basadas en hechos antes que en pasiones puede garantizar que en otros 25 años no estemos en las mismas. (Sí, se aplica también para el paro del 21.)