Responsables por omisión

El que el día después de elección la gente deba madrugar a trabajar, no debe ser justificación para abstenerse.

En la familia de mis abuelos se hablaba poco de política, al menos en frente de los niños. No obstante, mi recuerdo es que en cada elección se hacía evidente el color de la estirpe. El del lado materno de mi familia era azul, sin chistar, porque ser conservador –igual que ser liberal– se heredaba como si fuera parte del ADN.

El periodo de la Violencia Política y el posterior Frente Nacional crearon esa impronta en un par de generaciones de colombianos. Cuando ya llevaba varios años de ser adulta, la conciencia de esa herencia me llevó a entender como un acto emancipador el comentario que a manera de chiste solía hacer uno de mis tíos –que no votaba– por los días de las elecciones: “Qué importa quién gane si mañana, igual, tengo que madrugar a trabajar”.

Hoy entiendo que esa frase no era un acto emancipador sino uno de los primeros síntomas que puedo identificar de algo que no deja de preocuparme a pesar de que así hemos vivido por décadas: la apatía por la política de un alto porcentaje de la población. Según la reciente encuesta Invamer, 20,8 % de las personas dicen desde ya que “definitivamente no votarían” o que “probablemente no votarían”. Quizá su argumento se parezca al que esgrimía mi tío: da igual quién gane.

Entiendo que en un país tan desigual, quienes están en las condiciones más desfavorables piensen que no hay manera de estar peor, y no descarto que haya quienes tienen tantos privilegios que se sientan blindados ante las consecuencias de lo que haga cualquier gobernante, pero aun así me cuesta entender ese alto porcentaje de apatía. ¿Ignorancia? ¿Pereza? ¿Desencanto? ¡No sé!

No es que esté planteando volver a los tiempos de heredar ideología política sin sentido crítico, y hasta podría entender ese desinterés de cara a una segunda vuelta, si definitivamente ninguna de las dos opciones del balotaje les convence y no quieren votar ni por el menos malo ni en contra del que más rechazo les produzca. Pero ¿en primera?, ¿a pesar de la gran diversidad de precandidatos que hay?, ¿con todo lo que está en juego?

Me pregunto si el voto de los que desde ya dicen que no van a votar es conquistable de alguna manera. Y no solo el de ellos, sino del doble, pues el día de las elecciones ese porcentaje se duplica. En 2022, no obstante la reducción de la abstención, esta fue de 45,4 % en primera vuelta y de 42,26 % en segunda vuelta.

Y tampoco es que piense que si mucha más gente vota los gobernantes van a ser mejores o peores, pero sí que el ejercicio de votar implica –excepto por aquellos que venden el voto– un proceso de análisis que obliga al ciudadano a entender el impacto de la política en su vida y en el porvenir del país, a alfabetizarse así sea de manera básica, a entender que su ciudadanía les da derechos y también deberes, como enfrentarse a esa realidad de nuestros tiempos llamada desinformación.

Así que el hecho de que el día posterior a la elección la gente deba seguir con sus rutinas, como madrugar a trabajar, no debe ser una justificación para abstenerse. Es más bien una señal de estabilidad que no hay que dar por sentada. Menos ahora que esa estabilidad ha sido vulnerada tan dosificadamente que muchos no lo advierten a tiempo. El sistema de salud es la prueba. Que lo digan los usuarios que el martes hicieron un acto para llorar a las 2.033 personas con enfermedades raras que han muerto este año, en su mayoría por la provocada crisis de las EPS. ¿Qué está pensando entonces esa parte del 66 % que dice sentirse más insegura con la Paz Total, o del 61 % que piensa que Colombia está volviendo a la violencia del pasado, o del 86,9 % que tiene una imagen desfavorable del Eln, y aun así no sabe si va a votar o ya decidió que no lo hará?

Desde luego sé que una porción de estas personas, de votar, lo haría por la continuidad, y están en todo su derecho. Pero no estaría mal que se hagan responsables por acción, no por omisión.

Claudia Isabel Palacios Giraldo

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