No me cabe duda de que varias de las críticas y el matoneo a la Ministra de Minas son motivadas por su condición de mujer y, además, de mujer joven, cosa que responde al machismo que campea en la sociedad. Y si bien creo que la ministra está no solo en todo su derecho sino hasta en su deber de denunciar esto, como lo hizo en el Congreso, también considero que simplificar la molestia a un asunto de género es negarse a entender el panorama completo y -en sus propias palabras- las oportunidades de mejora.
Desde luego son inaceptables los adjetivos insultantes, vulgares y burlescos que, muy a mi pesar, tantos defienden en aras de la libertad de expresión. Eso da para una columna aparte, pero por lo pronto valga decir que también funcionarios públicos hombres y de mayor edad han sido víctimas de ese tipo de expresiones. Al margen de esto, entre las críticas a la ministra Irene Vélez también hay las que con argumentos respetuosos cuestionan legítimamente su idoneidad para ejercer un cargo de tanta relevancia, no solo para el medio ambiente sino para el desarrollo económico y social.
No se trata de cerrar la posibilidad a que haya nuevos estilos de liderazgo, ni disciplinas académicas nuevas en un campo en el que los conocimientos valorados han sido ante todo técnicos y científicos. Y estoy de acuerdo, como trinó el Presidente Petro, en que la base de toda ciencia es la filosofía; pero la filosofía por sí sola no es suficiente, más aún cuando -como el caso de la ministra- se tiene una trayectoria que, aunque sea brillante en lo académico, está enfocada solo en una parte de los aspectos que debe atender en su cartera, y además es nula en algo muy relevante para el ejercicio del cargo: el manejo de lo público. Me dirán que muchos funcionarios de pasados gobiernos se estrenaron en el sector público justamente siendo ministros, y sí, es cierto; pero tuvieron la precaución de rodearse de asesores para prevenirles de enviar mensajes que pusieran en tela de juicio sus capacidades para el cargo.
No conozco el equipo de la Ministra Vélez, pero es evidente que no tiene una estrategia de comunicación que le permita fortalecerse para asumir las controversias creadas por lo que dice. Ha dado mensajes de manera desordenada y confusa. No es que se espere que sea una gran oradora, pero sí que se prepare para hacer sus intervenciones públicas, en un acto elemental de respeto por quienes la oyen y de conciencia sobre el impacto de lo que dice en la confianza inversionista de un sector que genera miles de empleos y millones en regalías.
Si se hubiera preparado, quizá hubiera anticipado lo que iban a ocasionar ideas como la de importar gas de Venezuela o la del decrecimiento. No estoy sugiriendo necesariamente que hubiera sido mejor no lanzar al aire esas ideas, sino haberlas dicho diferente en lo que se refiere a los argumentos y a la forma. Pero veo -por mi experiencia actual como estudiante de maestría- que la academia -de donde proviene la ministra- es particularmente desdeñosa de los asuntos de forma, y me parece que esto se explica por cierta suficiencia intelectual, que desconecta a muchos académicos de la realidad nacional. Quizá ese sea el caso de la ministra. Considero entonces importante que ella comprenda que, si bien errar es de humanos, no es menor que en menos de dos semanas haya olvidado la palabra subasta, plantado a los periodistas, callado con frases de profesora a los asistentes a un congreso gremial, confundido el uso de la palabra billones, o leído su discurso ante el Congreso. Ministra, cuando los medios hacen eco de esto no es por crear una cortina de humo que sirva a los amigos del modelo extractivo que usted quiere cambiar, ni porque usted es mujer o joven, sino porque usted misma distrae con esos y otros aspectos de forma, el importante fondo de sus mensajes.
Claudia Isabel Palacios Giraldo