La niñez que me sirvió

¡Cuánto potencial desperdiciamos al inculcar a las niñas que es una prioridad ser hermosas!

Se celebró este miércoles la sexta edición del Día Internacional de la Niña, una fecha creada por Naciones Unidas para generar conciencia sobre la doble discriminación a la que está expuesta esta población, en función de su género y de su edad. Mientras en otros países el mensaje de este día es por evitar el matrimonio infantil o la ablación genital, y en Colombia es por prevenir el embarazo infantil, creo que también hay que enfocarse en romper perversas relaciones que se aprenden en la niñez: mujer bella, mujer consentida, mujer placer, mujer bruja.

Por eso quiero compartir con quienes están criando niñas algunas frases que aprendí en mi niñez y me han sido muy útiles en la adultez. Veo en la calle y en fotos a niñas vestidas con modas que no corresponden a su edad, tirando besitos, posando con la evidente pretensión de verse más bellas o cantando canciones que refuerzan el estereotipo de que las mujeres estamos en el mundo para ser lindas, u objetos pasivos de lo que los hombres quieran hacer con nosotras… y me invade una preocupación. Creo que muchos padres ignoran que cruzan la línea entre enseñar a sus hijas a ser femeninas y enseñarles a ser objeto de adorno y complacencia.

“Muchos padres ignoran que cruzan la línea entre enseñar a sus hijas a ser femeninas
y enseñarles a ser objeto de adorno y complacencia”

¡Cuánto potencial desperdiciamos al inculcar en nuestras niñas, incluso inconscientemente, que una prioridad es que les digan qué hermosas son! ¡Cuánta inseguridad les creamos! Tengo la suerte de tener una madre adelantada a su tiempo que, cuando me sorprendía mirándome mucho al espejo, congraciada porque me lanzaban un piropo o enojada porque no ganaba el reinado de la cuadra del barrio –que tenía por premio una corona de cartón a la que le pegábamos flores de un árbol de calliandras–, me decía con amorosa cantaleta: “La belleza se acaba, Claudia. Cultive su cabeza y su corazón”. Y mientras veo cómo el tiempo va dejando huella en mi cuerpo, oigo sus palabras como un eco, y le agradezco. Esas marcas de la vida que otras mujeres quieren borrar a mí me hacen sentir más fuerte y más libre.

De niña también aprendí que: “Con llorar no solucionas nada”; así me decía mi papá cuando la rabia o las frustraciones me sobrepasaban. ¡Cuántos malos ratos me ha ahorrado esto en mi vida profesional y personal!, ha sido una ventaja enfrentar los problemas con argumentos en vez de con pucheros, drama y marrulla.

Hay dos cosas que no me enseñaron, pero que he ido aprendiendo. Decir no, algo difícil, aunque uno quiera hacerlo. En ocasiones, los buenos modales aprendidos en la niñez chocan con circunstancias o con personas muy hábiles que requieren respuestas menos ‘señoriteras’ o estrategias y actitudes que evidencien que el respeto por la autoridad no equivale a aceptación.

La vida también me ha mostrado las ventajas de la solidaridad de género, en contraste con ese vicio morboso de descuerar a las congéneres, con eso que llaman chisme, y que somete a otras mujeres a un escrutinio innecesario, destructivo y excluyente. Una infancia libre de la distracción de la belleza, los mimos, las complacencias y el corrillo empodera a las niñas para que sean mujeres que brillen como profesionales, madres o esposas, si eso deciden ser. No aceptarán discriminación en el trabajo y competirán en franca lid; y buscarán una pareja que las valore y respete, en vez de una que las mantenga.

CLAUDIA PALACIOS

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