Pensé que este libro iba a ser para mujeres, pero es más para hombres. No dudo que ellas encontrarán útiles, inspiradoras, emulables y poderosas muchas de las anécdotas y reflexiones que hacen las 83 mujeres que han compartido sus testimonios para este proyecto. Sin embargo, serán sin duda los hombres los que descubrirán más cosas que ignoran. Por eso ellos son los destinatarios principales de estas historias, pues tienen que ver con lo que han sido o dejado de ser.
Soy una convencida de que sin los hombres, el feminismo no puede seguir evolucionando a buen ritmo. Estamos en la intersección de un camino, en una encrucijada, ante la posibilidad de seguir avanzando por vías opuestas o de meternos todos en la misma ruta. La información sobre las bondades de transitar juntos está a la orden del día: mayor desarrollo económico, más justicia, derechos humanos para todos, relaciones más armónicas. No me detendré en ella, porque no es el propósito de este libro. No obstante, hay grandes resistencias e indiferencias. La selección de los personajes de este libro tiene el objetivo de contribuir a vencerlas.
Confío en que las historias de niñas desde los 12 años hasta las de mujeres de más de 80, de emprendedoras, políticas, artistas, víctimas, pioneras, entre otras, generen la empatía para que los lectores vean la relación entre comportamientos cotidianos y sutiles con problemas macro, como el acoso laboral y el feminicidio.
Igualmente, deseo que estas letras sean el empujón que saque a muchas mujeres del cascarón de miedo e inseguridad en el que viven, pues de nada valen los derechos logrados con las leyes y sentencias si las mujeres no hacen uso de ellos.
Lo que estas mujeres han vivido también les ha sucedido a mujeres que usted conoce, incluso a las que más quiere. Es muy probable que a todas les pasara debido a un hombre, que seguramente es, como usted, un buen hombre. Si al empezar a leer no se siente aludido, lo invito a que vuelva a leer y piense.
Hay que partir de la base de que los hombres, ‘per se’, prestan menos atención a lo que dicen las mujeres. Está probado con estudios, como se lo oí explicar a Juan Camilo Cárdenas, decano de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes. Entonces, sugiero que esa segunda lectura se haga en modo preguntas: ¿A alguna mujer que conozco le ha pasado algo así? ¿Estoy de acuerdo con eso? ¿Podría prevenirlo o corregirlo? ¿Alguno de mis amigos ha hecho algo así? ¿Qué puedo hacer yo para evitarlo? ¿Cómo me sentiría si le pasara a mi hija?
Esta última pregunta la destaco, porque un común denominador en los relatos de mis invitadas fue la figura del padre. Los progenitores que son conscientes de su influencia como figuras masculinas en la vida de sus hijas se las arreglan para darles desde temprana edad una caja de herramientas mejor equipada para enfrentarse a las desigualdades de la cultura patriarcal.
Llegó el momento de que los hombres adquieran protagonismo en el empoderamiento femenino o lucha feminista, como quieran llamarlo. Tampoco es propósito de este libro entrar en esta discusión, que ni las mismas mujeres hemos terminado de resolver. A este punto el nombre no importa tanto, lo que pesa es la conciencia con la que cada uno aporte a esta revolución de la sociedad.
Ahora dejaré el pudor a un lado para compartir mis motivaciones más personales e íntimas para escribir este libro, intentando ser tan generosa como lo fueron las personas que hablaron conmigo para armarlo.
Tengo 42 años, un hijo de 18 y tres matrimonios encima, dos de ellos con la misma persona. El primero de estos fue por embarazo y el temor de perder mi trabajo si no formalizaba esa unión; y el segundo, por la ilusión de formar una familia, según el concepto tradicional de la misma. Tener la oportunidad de rehacer mi vida sentimental con mi actual esposo me ha hecho reflexionar sobre los aciertos y errores de mis relaciones de pareja. Y aunque es cierto que lo que trasciende no es la caída, sino levantarse, creo que hubiera podido tener unos noviazgos más tranquilos y estables, y una sexualidad más responsable y satisfactoria, si hubiera tenido herramientas para pensarme y proyectarme como mujer en el plano emocional. La verdad, hubiera querido que un libro como este llegara a mis manos cuando tenía quince años. Como todavía no lo hay, y estoy segura de que hay miles de niñas, adolescentes y mujeres adultas repitiendo lo que yo viví, decidí hacer el libro que creo les puede servir.
Las librerías, en años recientes, se han llenado de libros fabulosos y diversos sobre feminismo y mujer, pero en su mayoría son de corte académico, histórico, intelectual; o de mujeres maravillosas, pero lejanas a la realidad colombiana.
Mi madre también fue una motivación para escribir este libro. Diagnosticada con Alzheimer a sus 63 años, se separó de mi padre el día en que sus cuatro hijos, entre los 3 y los 14 años –de los que yo soy la mayor–, fuimos testigos de una brutal golpiza que él le propinó a ella. Fue la última de varias que recibió en silencio, inventando accidentes para justificar su rostro irreconocible por los moretones. Soy el resultado de la fortaleza de mi madre, a quien lamento no haberle sabido agradecer como ella hubiera querido, cuando aún era consciente, lo que hizo por mí y mis hermanos a costa de sacrificar su vida; no solo soportando maltrato físico, sino sometida a estresantes jornadas de arduo trabajo. En la medida en que acumulo años, más comprendo su dolor y más valoro su esfuerzo.
Estas letras, entonces, también van dirigidas a tantas mujeres que puedan estar viviendo una historia similar. La lección que aprendí es que, como cualquier ser humano, las mujeres debemos pensar primero en nosotras como individuos. Ese halo de sacrificio con el que se describe a las buenas madres y esposas no es más que otra forma de dominación de la cultura patriarcal. La maternidad y el matrimonio deben ser un disfrute, otra fuente más para alimentar el placer que históricamente nos ha sido negado a las mujeres.
Una tercera motivación fue mi carrera profesional, llevo 22 años ejerciendo el periodismo y, aunque no puedo decir que he tenido que hacer algo que me haya dejado cicatrices o vergüenzas, debo reconocer que he vivido situaciones que hubiera preferido manejar de otra manera. Hoy sé que no lo hice porque no era consciente de que las cosas podían y debían ser diferentes; y porque, cuando lo era, no supe cómo hacerlo. Aprender a decir ‘No’ me tomó tiempo. A muchas mujeres no les han enseñado ese derecho desde niñas; al contrario, nos confunden los buenos modales con el agradar y el complacer. También hoy sé que no es mi culpa el ambiente malsano que propicia y hasta celebra el acoso disfrazado de caballerosidad o de camaradería. Por eso, por más que las mujeres nos empoderemos para enfrentar y agotar esas situaciones en nuestra vida cotidiana, si los hombres no hacen la parte que les corresponde, poco avanzaremos.
La lección que aprendí es que, como cualquier ser humano, las mujeres debemos pensar primero en nosotras como individuos
Como con mi anterior libro ‘Perdonar lo imperdonable’, recomiendo leer este despacio, quizá una entrevista por día, o día por medio. No porque sus historias sean desgarradoras como las de dicho libro, sino porque se requiere tiempo para apropiarse de cada una, para trascender las anécdotas y darse cuenta de que las causas de las mismas siguen a la orden del día en nuestra cotidianidad y para sacar conclusiones sobre cómo podemos eliminarlas y/o atender asertivamente sus consecuencias. Por eso, son ustedes, los y las lectoras quienes realmente le pondrán punto final a esta obra.
Sé que muchas mujeres que reúnen las características para contar su historia en este libro, se quedaron por fuera. Por fortuna, se necesitaría un infinito número de páginas para que las que ejercen su rol con conciencia de género, esmeradas en despejar el camino para las que vienen detrás, cuenten sus anécdotas y hagan sus reflexiones. En el proceso de elaboración del libro recibí muchas sugerencias de nombres de mujeres que debían estar aquí. A ellas les agradezco su compresión por no tenerlas en cuenta… Inicié este trabajo con la idea de entrevistar a treinta mujeres, pero en el proceso de elaboración encontré imposible cubrir el amplio espectro de las mujeres colombianas con solo esas historias. Paré en 83 por razón de tiempo y espacio. A todas, menos a las que además de la colombiana tienen otra nacionalidad o utilizaron sus nombres artísticos, les añadí sus segundos apellidos: es mi manera de honrar a sus madres.
Esta es también una apuesta en el mundo digital. Por eso fui documentando el proceso de elaboración del libro con un Facebook Live con cada una de las invitadas a participar. Todas contestaron las mismas siete preguntas y ustedes tienen acceso a las respuestas al escanear con su celular los códigos QR que acompañan cada una de las entrevistas. Estas fueron las preguntas: ¿Cuál fue el primer momento en que se dio cuenta de que, por ser mujer, la vida era más desafiante? ¿Qué situación de género, si la pudiera volver a vivir, manejaría de manera diferente? ¿Cuál es su mensaje para las mujeres? ¿Cuál es su mensaje para los hombres? ¿Es feminista? ¿Cuál es su mensaje para las feministas? ¿Cómo le pondría a este libro?
Esta última tuvo el propósito de generar una encuesta en mis redes sociales para invitar a la gente a votar por el nombre que considerara más apropiado y llamativo. Al final de ese ejercicio y de la habitual lluvia de ideas que suele hacerse con la editorial para bautizar cada libro, he escogido un acrónimo de tres palabras: ‘Hembrujas’. Hembra, porque creo que es la palabra que describe al sexo femenino con su connotación de fuerza y su poder creador. Brujas, porque creo que hay que eliminar los estereotipos de los apelativos con los que algunos buscan descalificarnos, y porque habla de nuestro sexto sentido, ese que nos diferencia de los hombres. Por cierto, ¡que viva la diferencia! No somos iguales, cosa distinta a no tener derecho a exigir igualdad de condiciones. Y embrujas, porque creo que el momento que la historia nos brinda a la sociedad para alcanzar la equidad de género requiere un poder casi sobrenatural, que nos alinee a los seres humanos al margen de nuestras ideologías; y, además, porque el uso de esa palabra en nuestro contexto apela a algo entre fascinante, divertido, como creo que debe ser este capítulo de la historia por los derechos de género. Además, aunque no me lo propuse, no puedo dejar de notar que la palabra empieza con H de hombre, a quienes invito a leer este libro, y luego invitaré a recopilar sus historias para un nuevo trabajo, que bien podría llamarse Hombrejos.
CLAUDIA PALACIOS
Para EL TIEMPO