Buenas noches, esta novena edición del premio de periodismo regional semana – grupo argos encuentra a Colombia en el preámbulo de una etapa que se prevé de transición hacia un escenario para todos nosotros desconocido: el de tener un país en paz.
Y si bien cada colombiano desde su actividad cotidiana debe sentirse llamado a pensar esa Colombia en paz y a definir cómo hacer parte de la dura tarea de lograrla, los periodistas tenemos una responsabilidad adicional a la de ser ciudadanos, debemos también narrar este momento de la historia encontrando las justas proporciones entre los relatos que evidencien la necesidad de sanar las heridas abiertas, y los que ofrezcan luces para que la opinión pública avizore los caminos que conduzcan a un país donde morirse de viejo sea la regla y no la excepción a ella.
En otras palabras, necesitamos reporteros de paz, no para ocultar las desgracias ni para ser complacientes, claro que no, sino para contar las malas y las buenas noticias desprovistas del tono alarmista y beligerante que en términos generales ha acompañado nuestro estilo por más de cinco décadas, y que pudiera convertirse en un palo en la rueda en el camino de la paz.
A los que estamos en Bogotá, la capital, trabajando para los principales y más grandes medios del país, se nos pasa con alguna frecuencia aguzar la mirada sobre los hechos más relevantes para la Colombia de los municipios, corregimientos y veredas, por estar concentrados en los acontecimientos del orden nacional. Por eso nuestros colegas que desempeñan su trabajo en esos municipios, corregimientos y veredas, están llamados a darles visibilidad a las historias, a los nombres y apellidos, que forjen la transición hacia esa paz anhelada.
Y ya lo están haciendo, así lo muestran los 641 trabajos que este año fueron postulados a una de las 7 categorías de este premio: nuevas temáticas afloran entre las ya conocidas y generalmente asociadas a las cuentas pendientes de la guerra; voces jóvenes que, sin descuidar el pasado, apuestan por hacer su trabajo con el objetivo, o al menos con la ilusión, de impactar positivamente el futuro de sus comunidades; agendas que al mismo tiempo evidencian y proponen la movilización ciudadana como protagonista de procesos de cambio; comunidades empoderadas, en etapa de maduración, que encuentran en los medios a sus aliados, y que por ello los fortalecen y protegen ante las amenazas del poder.
Se nota en los trabajos que todo esto está pasando por generación espontánea, y como una barahúnda entre un pasado apabullante, un presente desafiante y un futuro incierto. En estas circunstancias los periodistas tenemos el deber de encontrar el tiempo y lugar para pensar en la razón de ser de este oficio, que a mi juicio, como mejor se define, es como servicio social. Un servicio social que ha de ser útil al presente, pero sobre todo al futuro, por eso es indispensable detenernos a pensar, a planear, a trazar el rumbo, negarnos a que el vertiginoso suceder de hechos nos convierta en portadores del mero registro cotidiano, y nos fusione con herramientas tecnológicas, que si bien son rápidas y efectivas, por supuesto no tienen capacidad para pensar, planear y decidir.
Debemos planear en función de dos aspectos: el país que queremos y el periodismo que ese país que queremos requiere.
Un periodismo que ni fortuita ni deliberadamente, ni por omisión, y mucho menos por acción, sea cómplice de los hechos que puedan arruinar la construcción de la paz. Mucho me temo que para esto vamos a tener que formatear el cerebro para redefinir los límites entre lo permitido y lo prohibido, lo tolerable y lo intolerable, lo normal, y lo anormal, lo importante y lo trivial. Quizá ver y analizar los medios internacionales de países donde la guerra no ha marcado la agenda, de países con cierto grado de normalidad, sea un buen primer ejercicio para esa necesidad de repensar el criterio con el que ejercemos el periodismo en Colombia.
El periodismo de ese país que queremos debe ser un periodismo libre de mordazas o influencias de gobernantes, grupos económicos, e intereses comerciales, y por eso digno, escrupuloso de recibir hasta el menor privilegio que pueda significar la negociación de sus contenidos.
También debe ser un periodismo libre de esa tendencia al protagonismo, propia de una sociedad ególatra, que amenaza con llevarnos a que los consumidores de noticias nos confundan con los protagonistas de un reality show, y con dilapidar la credibilidad de este oficio.
Ese periodismo debe además ser libre de prejuicios y amiguismos, y por ende un periodismo culto, con el que lectores, oyentes y televidentes encuentren diversidad de voces y opiniones, en el que el rigor y el respeto no riñan, y en el que cada hecho se presente como el resultado de unas causas y el desencadenante de unas consecuencias, en vez de como un suceso aislado que ahonde la indiferencia de quienes pareciera que habitaran otras patrias, a pesar de coexistir dentro de las mismas fronteras.
Para planear un periodismo con esas tres libertades se requieren directores de medios que se autodesafíen todos los días, que si bien cada noche descansen con la satisfacción del deber cumplido, no confundan aquello con la tarea terminada. Y se necesitan también reporteros en permanente conexión con la realidad, comiendo calle, trasnochando, madrugando, sacrificando descansos e incluso tiempo con los seres que amamos…. Todos sabemos que este no es un oficio cómodo, pero es el más grato de los quehaceres cuando se hace con entrega total, por eso esta noche celebrémoslo con la emoción con la que todos los participantes en este premio de periodismo nos han llenado el alma a mis compañeros del jurado y a mí, a través de los relatos, colores, sonidos, y olores de esta Colombia de regiones. Gracias.