Lo que antes le tomaba dos días semanales de su tiempo y energía, lo reemplazó por dos horas en las que hace lo que más le gusta: bailar. Esa es ahora la experiencia de lavado de ropa de Juanita Narváez, una de las 19.000 mujeres que han recibido atención en las ‘Manzanas del Cuidado’, el programa distrital creado para ‘cuidar a quienes se dedican al cuidado’, que ya tiene 14 sedes y que esta semana sumará una más.
Antes de que existiera este centro en Usme, Juanita llevaba la ropa a un sitio de alquiler de lavadoras y la lavaba en varias tandas, lo que le tomaba el día entero, dos veces por semana, 52 semanas del año, año tras año. Ahora empaca la ropa en una maleta, la entrega en la lavandería comunal de la Manzana del Cuidado –hecha con apoyo de una empresa de electrodomésticos– y se va a otra zona de ese mismo lugar a tomar clases de danza. Dos horas después recibe la ropa limpia y seca y tiene el ánimo recargado por haber liberado endorfinas bailando. Así regresa a casa a continuar con su oficio principal: cuidar a su mamá. Por eso con razón Juanita dice: “La lavandería comunitaria del Sistema del Cuidado cambió mi vida, ahora puedo tener tiempo para descansar”.
¡¿Descansar?!, ¡¿cuidar a quienes se dedican al cuidado?! No se extrañe si se está haciendo estas preguntas con signos de interrogación y exclamación al mismo tiempo y si incluso le preocupa que nuestros impuestos estén siendo usados para algo como darle horas de descanso a Juanita. Vivimos en una sociedad en la que se asume que cuidar es algo que se hace por amor, que viene en el ADN de las mujeres y, por ende, creemos que cualquier sacrificio en ese sentido se justifica, no importa si implica no poder capacitarse para mejorar el nivel de vida, no poder trabajar en algo que genere recursos, que se haga gratuitamente, y/o a costa de abusar de la salud física y mental.
En este sentido, las Manzanas del Cuidado, más que un gasto, son una inversión. Solo este año, en ellas más de 4.000 mujeres se han certificado en formación complementaria, como clases de inglés o de tecnología, con lo cual facilitan su acceso al mercado laboral o a emprender, y también se fortalecen frente a las violencias de género, como lo explica Diana Rodríguez, secretaria de la Mujer de Bogotá: “En las Manzanas del Cuidado atacamos 3 de los factores identificados como detonantes de violencia: bajo nivel educativo, escaso tiempo libre y falta de acceso a internet. Además, hacemos talleres de ‘transformación cultural’ con hombres, en los que enseñamos tareas de cuidado, lo cual ayuda a reducir violencias asociadas al machismo. Todo lo anterior en el entendido de que ‘A Cuidar se Aprende’ ”.
Seguramente a este punto algunos preocupados por el uso de sus impuestos ya estarán tranquilos, pero quizá están pensando que la cosa no es con ellos porque hacen parte del grupo de privilegiados que pueden pagar por que los cuiden y no sienten que explotan a sus cuidadoras/es. Y he ahí la razón de mi invitación: todos deberíamos procurar que en los espacios más importantes de nuestra vida haya ‘manzanas del cuidado’. Liberarnos de las labores del cuidado es una forma de deshumanizarnos.
El cuidado es un polo a tierra que irradia sentido de valor por la vida en todos los demás roles que ejerce un ser humano. Por eso no puedo dejar de relacionar, por ejemplo, el siniestro protagonizado por un motociclista en la vía a Villeta con lo que imagino fue una educación escasa en experiencias de cuidado que le permitieran desarrollar aprecio por la vida de los demás. O quizá las tuvo, pero fue más influenciado por la masculinidad competitiva y riesgosa que la sociedad inculca a los hombres para que cumplan con la pesada carga de demostrar todo el tiempo cuán hombres son. Cualquiera sea el origen de su comportamiento, estoy segura de que se hubiera podido prevenir con unas ‘manzanas del cuidado’.
Claudia Isabel Palacios Giraldo