Por una de mis recientes columnas recibí y sigo recibiendo muchas preguntas y comentarios cargados de ese tonito propio de las redes sociales. Aquí, un ejemplo: ¿Entonces ahora debo ir a la cárcel por decirle linda?, ¿el feminismo impide admirar la belleza?, ¿prefiere que le diga fea?, ¿y ahora cómo conquistamos?, ¡se le salió el odio contra los hombres!, ¡pues a mí sí me gusta que me digan linda, cállese!, ¿cuál es el problema de que a uno le suban la autoestima?, ¡qué culpa tenemos de los traumas que usted tenga!
De este corte fueron las reacciones más comunes entre quienes encontraron ridícula mi columna ‘No me digas linda’, en la que expuse situaciones de acoso sexual en entornos educativos. No obstante, debo decir que también recibí muchos mensajes que evidencian que para muchas personas, los piropos, halagos o comentarios no solicitados, no consentidos y/o no correspondidos sí son acoso, y que concuerdan conmigo en que si estos se dan de parte de una persona en una situación de superioridad jerárquica, siempre son acoso aunque sean o parezcan ser bien correspondidos.
Comparto la controversia porque me parece que hace evidente la necesidad de hablar y reeducarnos sobre el relacionamiento entre hombres y mujeres. Entiendo que si a un hombre le han enseñado desde niño que las mujeres somos algo “conquistable” y que su reputación como hombre se fortalece en función del número de mujeres que conquiste o de la belleza de estas, decir piropos se sienta no solo como un derecho, sino como un mandato para evitar el riesgo de que le cuestionen su masculinidad. Y también entiendo que si a una mujer le han enseñado desde niña que es muy importante que su aspecto físico sea bien valorado por los demás, y si de eso ha dependido su reconocimiento o la falta de él, quedarse sin recibir piropos se sienta como una afrenta contra su autoestima y su razón de ser.
Pero como el mundo ha ido evolucionando nos hemos ido dando cuenta de que eso que creíamos una expresión válida y casi que obligada de masculinidad puede ser nada más y nada menos que acoso sexual. De hecho, ya hay estudios que nos muestran que en ese tipo de acercamientos, el acoso no es la excepción sino la regla, como el de Ipsos, presentado hoy por L’Oréal Colombia: el 75 % de las personas evita ciertos lugares para no ser víctima de acoso sexual, el 59 % adapta su vestuario para evitar dicho acoso, el 54 % evita tomar el transporte público, y el 55 % de los hombres así como el 50% de las mujeres creen que el acoso es culpa de la persona acosada –casi siempre una mujer– y no de la que acosa.
Entonces, a las personas que piensan como quienes me escribieron los comentarios que expuse al comienzo de este texto las invito a reflexionar, partiendo de preguntas como: ¿me gustaría que una mujer que yo aprecio tuviera que compartir tiempo o espacio con una persona que hace comentarios como los que yo hago?, ¿mejoraría o desmejoraría mi desempeño laboral o estudiantil si dejo de relacionarme en clave de coqueteo o seducción con gente con la que no tengo o no quiero tener una relación afectiva?
Ahora bien, como esto no va a desaparecer de la noche a la mañana y quienes acosan defenderán lo que seguramente creen que es su ‘derecho al acoso’, recomiendo tomar la capacitación para reaccionar ante situaciones de acoso, en este caso callejero, ya sea tanto si se es la víctima como si se es testigo de un acoso. Las 5D de la campaña STAND UP, diseñadas por la ONG Right to Be para la mencionada firma de cosméticos, son una ruta de acción adecuada para detener una situación de acoso, generar mecanismos de protección e incluso de denuncia. Acá está: standup-colombia.com. A ver si por fin nos damos cuenta de que castos o vulgares, bonitos o burdos, todos los piropos son acoso, a menos que sean realmente consentidos.
Claudia Isabel Palacios Giraldo