Brecha escandalosa

Hay un problema estructural que no se ha podido o no se ha querido resolver.

La diferencia entre hombres y mujeres en materia de desempleo es de esas cosas que se volvieron parte del paisaje, pero no por ello es normal; al contrario, es un escándalo.

El Dane reveló esta semana que en el periodo septiembre-noviembre de 2018, el desempleo en hombres fue de 6,8 % y en mujeres, de 12,1 %. Casi el doble… una evidencia indiscutible de que hay un problema estructural que no se ha podido o no se ha querido resolver.

La cifra es superada por una peor: la diferencia entre mujeres y hombres de 14 a 28 años en materia de acceso al trabajo. Mientras que el 12,1 % de ellos están sin trabajo, en esa misma situación se encuentra el 21,4 % de ellas. El dato resulta aún más desconcertante si se toma en cuenta que las mujeres tienen en promedio un año más de estudio que los hombres, lo cual indicaría que podrían tener un mejor desempeño laboral.

¿Por qué estamos en estas? La respuesta de siempre pone el dedo acusador sobre las empresas. No obstante, hay que reconocer que, aunque lentamente, muchas han empezado a hacer la tarea de generar equidad de género en su fuerza laboral, no solo porque pareciera lo políticamente correcto, sino porque los estudios –algunos ya comentados en esta columna– evidencian que en la diversidad de género (y de raza y de formas de pensar) del equipo directivo de una compañía está la clave para que esta sea más innovadora y, por ende, desarrolle productos con los que pueda apostar a generar mayor crecimiento y rentabilidad. Pero existe la idea de que es más difícil contratar mujeres porque hay menos mujeres que hombres buscando empleo o aspirando a las posiciones de mayor liderazgo. Esto, si bien puede ser cierto, también se explica porque muchas mujeres capacitadas y con deseo de trabajar ni siquiera lo intentan, porque han decidido priorizar la familia o su vida personal, y no siempre porque quieren, sino porque les toca.

Un artículo publicado por el Boston Consulting Group derrumba el mito de que las mujeres se vuelven menos ambiciosas laboralmente en la medida en que tienen hijos. Encuestaron a 200.000 empleados de diferentes compañías y encontraron que hombres y mujeres comienzan sus carreras con la misma ambición laboral, pero que entre los 30 y los 40 años, un 17 % más de mujeres que de hombres deciden dejar de trabajar porque el ambiente dentro de las empresas resulta tóxico para buscar las posiciones de liderazgo. Es decir, el argumento para moderar la ambición laboral no fueron los hijos, sino los contextos poco flexibles o muy favorables a los gustos masculinos.

Pero, aun con todo lo que a las empresas les falta por hacer, no solo en ellas recae la responsabilidad del acceso de las mujeres al empleo. En muchas familias es algo natural tomar la decisión de sacrificar el desarrollo profesional de las mujeres cuando empieza la reproducción. Es una especie de acuerdo tácito, pero ¿quién no ha escuchado a una madre de un bebé de un año, dedicada por completo a criarlo, decir que quiere trabajar en lo que estudió, al menos medio tiempo; tener una conversación de adultos, hablar de otra cosa que no sea pañales y compras del mercado? ¿Alguien le presta atención? Temo que en muchos casos se da por descontado que ese es, simplemente, el precio de la maternidad. El sacrificio no debería ser de ese tamaño. No tiene sentido que las mujeres paguen carreras y gasten tiempo en estudiar si no van a poder vivir del fruto de ese esfuerzo. Ante ese panorama, me parece que hay una oportunidad para las mujeres en el desarrollo de un modelo revolucionario de trabajo desde casa que permita zanjar la brecha de desempleo entre hombres y mujeres. Esta formación debería estar incluida en el pénsum universitario.

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