Sí, sí es tan grave

Rubiales tiene el derecho de defenderse, pero debe hacerlo fuera del cargo.

Luego de ver el discurso completo del ahora suspendido presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, y el posterior anuncio de esta de investigar a Jenni Hermoso, de revisar el comunicado del sindicato Futpro, de ver los videos postriunfo desde el camerino y el plano abierto del video del beso, releí algunas partes del libro Angry White Men, (Hombres blancos furiosos), del sociólogo estadounidense Michael Kimmel, que, si bien trata de la ira del hombre históricamente privilegiado estadounidense –el blanco– por causa de los avances del feminismo y de minorías como la afro y la migrante, contiene análisis que considero útiles para entender el tsunami desatado por el beso de Rubiales a Hermoso. Dice Kimmel: “La rabia de los hombres blancos es auténtica –es decir, profunda y sincera–; sin embargo, no es legítima –o sea, no refleja un análisis acertado de la situación… Nuestro enemigo no son las mujeres… el enemigo es un ideal de masculinidad que heredamos de nuestros padres, y estos de sus progenitores… que ofrece la promesa de un ingente poder adquisitivo unido a un empobrecimiento trágico de nuestra inteligencia emocional… Lo peor es cuando sentimos hacer las cosas bien y aun así no recibimos la recompensa que creemos merecer. Entonces tenemos que culpar a alguien”.

Menciono esto porque me parece auténtico Rubiales en sus 30 minutos de explicaciones; es decir, le creo que considera que el beso o “pico” que le dio a Jenni no fue en posición de dominio y que fue consentido. Y por eso no me extraña que nos pregunte si es tan grave como para que le cueste el puesto no obstante sus extraordinarios resultados.

Pero, usando las ideas de Kimmel, esa autenticidad no es legítima, pues no toma en cuenta la situación de Hermoso: subalterna que además había fallado un penalti, mujer frente a un hombre de poder, y en situación sorpresiva. Difícilmente ella hubiera podido reaccionar muy distinto a como lo hizo. Incluso si es cierto que él le preguntó si le podía dar un pico y ella le respondió que sí, no se configura un consentimiento porque las circunstancias de festividad y atención mundial jugaban en contra de que ella pudiera hacer un gesto de rechazo o decir no. El video del streaming en el que ella dice “no me ha gustado” así lo deja claro. Y aunque desde luego tenía más que merecido celebrar y priorizar ese disfrute, el hecho de que hablara del beso del modo relajado en que lo hizo hace pensar que ha tenido que aprender a lidiar con el abuso, normalizarlo.

Entonces, para responderle a Rubiales su pregunta, sí, sí es tan grave como para que se vaya; aunque no celebro el matoneo al que ha estado expuesto. Es tan grave no solo por el gesto del momento de la euforia, que evidencia un trato –por decir lo menos– no profesional, que muestra que en el ambiente de trabajo hay delgadas líneas grises que ponen en riesgo la integridad de las jugadoras; sino por lo que ha hecho después: aferrarse a su puesto y lanzar desdeñosos comentarios a quienes lo critican, poniéndose en primer lugar y olvidándose así de que su responsabilidad como líder es proteger su organización y a la gente a su cargo.

Rubiales tiene el derecho de defenderse, pero debe hacerlo fuera del cargo. Su caso es una oportunidad mundial para destapar una de las conversaciones más difíciles del feminismo porque se basa en sutilezas y comportamientos normalizados de la cotidianidad que mantienen vivos esos roles históricos de género que frenan el disfrute de lo que las mujeres hemos alcanzado en materia legal. Y eso, al contrario de lo que dice Rubiales, no es falso feminismo. Es parte del feminismo de la cuarta ola, que requiere tanto coraje como el que tuvieron las mujeres que lograron el voto femenino. Parece ser que las futbolistas son las sufragistas de nuestra época. A por ello.

Claudia Isabel Palacios Giraldo

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