Toca ver el vaso medio vacío

No estamos teniendo como toca la conversación sobre derechos sexuales y reproductivos.

La cuarta parte de las mujeres del mundo no pueden negarse a tener relaciones sexuales con su pareja. Este fue el dato que más me llamó la atención del ‘Informe anual de población’, que esta semana fue presentado por el Fondo de Población de Naciones Unidas. 

Me llamó la atención no solo porque me parece aterradora la vida de una mujer sometida a dormir todos los días con su potencial violador, sino porque revela cuán desigual ha sido el avance en el goce de derechos dependiendo de qué tipo de mujer se es. Y claro, quienes prefieren ver el vaso medio lleno pueden celebrar que una gran mayoría de mujeres –tres cuartas partes– sí pueden tener relaciones sexuales consensuadas, pero verlo medio vacío es un imperativo si se quieren diseñar bien las políticas para que esa cifra llegue al ciento por ciento.

Poner la lupa en el veinticinco por ciento faltante lleva a acercarse a las realidades de las mujeres más vulnerables y a entender lo que en la academia se conoce como interseccionalidad; un concepto que indica que cuanta mayor pertenencia a grupos con alguna vulnerabilidad, menor es la posibilidad de disfrutar de los derechos alcanzados a través de las normas, las leyes y los fallos.

La interseccionalidad es notable al comparar mujeres urbanas con mujeres rurales, y se va haciendo más evidente si las mujeres además de rurales son negras, indígenas o migrantes, y aún más si tienen alguna discapacidad o si son niñas. Un buen ejemplo de esto se ve en las cifras de mortalidad materna: 33,8 por 100.000 habitantes en cabeceras municipales; 50,5 en zonas rurales dispersas; 59,4 entre mujeres afros, y 104,3 entre mujeres indígenas (periodo XIII de 2023 de Sivigila). Esas mujeres que han muerto por causas relacionadas con la maternidad, como lo advierte UNFPA, quedan invisibilizadas cuando damos prevalencia a los datos que muestran los grandes avances, como por ejemplo que en los últimos 30 años se ha duplicado el número de mujeres que usan anticonceptivos y que la tasa de embarazos no planeados ha caído en casi 20 por ciento. Respecto a este último fenómeno, en otro evento de esta semana, Nicol Forero, consejera de juventud y miembro de la Red Joven de Profamilia, hizo un comentario que a mi juicio evidencia por qué es necesario este llamado que hago a mirar el vaso medio vacío. Fue durante el panel de la ceremonia de entrega del VIII Premio de investigación en familia Antonio Restrepo Barco, que este año se enfocó en las causas y consecuencias de la caída en la tasa de natalidad. Nicol cuestionó que se hable de la disminución de la fecundidad entre adolescentes como si el hecho de que esto ya casi no pasa en jovencitas de colegios de estratos altos, implicara que tampoco les sucede a jóvenes de bajos ingresos, quienes justamente por sus circunstancias de interseccionalidad no tienen el mismo acceso ni a mecanismos de prevención de embarazos no deseados, ni a información sobre sus derechos.

Los dos eventos que he mencionado me dejaron con la sensación de que no estamos teniendo como toca la conversación sobre derechos sexuales y reproductivos. Si bien hay que seguir defendiendo las conquistas, como el derecho al aborto, aunque sean temas que polaricen; también hay que encontrar la manera de hablar que más funcione para esa cuarta parte de mujeres que ni siquiera puede usar su derecho a decir no. Por ellas es que toca seguir viendo el vaso medio vacío.

Nota: ¿han visto cuántos problemas se derivan de que cada vez parece más difícil decir algo tan natural como ‘me equivoqué’? Que lo digan los maestros, los estudiantes de la Nacional o los caucanos.

Claudia Isabel Palacios Giraldo

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