Un dolor necesario

A esta memoria nuestra le hacen falta unas voces que quizá tienen vergüenza de contar su verdad.

Levante la mano quien alguna vez ha dicho o pensado algo así sobre Colombia: Este país es una m…, es inviable, me quiero ir de acá, estamos llenos de resentidos, de ladrones, de delincuentes. ¿Alguien con la mano abajo? Pensamientos así nada tienen que ver, creo yo, con falta de amor por el país, sino con la frustración de no poderlo vivir plenamente, debido a las profundas heridas que su historia –la del pasado y la que va dejando el presente– ha dejado en nuestra colombianidad. Son heridas que duelen, incluso cuando ya las creíamos cicatrizadas, y que salen en forma de esas duras sentencias, a las que luego matizamos con otras que evidencian cuán bello nos parece este lugar donde nos correspondió nacer.

Comienzo así porque creo que anticipándome a hacerles ver cuánto queremos a Colombia a pesar de lo que la criticamos, podré tener éxito con la invitación a la que voy a dedicar lo que resta de esta columna. Es una invitación a vivir un dolor necesario. Me refiero a visitar la exposición ‘Hay futuro si hay verdad, de la Colombia herida a la Colombia posible’, que fue inaugurada esta semana en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, en Bogotá.

Es la puesta en modo museográfico del informe final de la Comisión de la Verdad, que quedó hecha como una ruta para entender por qué a pesar de todos los procesos de paz que han firmado los gobiernos de turno con los grupos al margen de la ley, no vivimos en paz. Sé que hay quienes están pensando que es porque el narcotráfico alimenta el conflicto o porque tenemos un germen violento desde la guerra de los Mil días. No es que esas no sean razones, pero la exposición a la que cada colombiano debería dedicarle al menos medio día, no solo da respuestas sustentadas en la historia, sino que apela a que cada quien piense cuál es su cuota en la guerra y su potencial aporte a terminarla.

Quizá porque así es como la veo yo, mis partes favoritas son la 4 y la 6. La cuatro es la que recuerda una serie de hechos de nuestra historia, no como un mero registro sino haciendo ver cómo se encadenan, reciclan y repotencian, y evidenciando así lo que la Comisión llama ‘Los factores de Persistencia’; es decir, lo que repetimos generación tras generación desde los grupos sociales a los que pertenecemos, sin lograr cortar la raíz de lo que nos limita para alcanzar la paz.

La seis es ‘La Colombia Posible’, un espacio lúdico y de descanso para leer y pensar las recomendaciones de la Comisión de la Verdad. Un oasis luego de un recorrido doloroso, sí; pero necesario, sin duda. Quisiera que los/as visitantes que lleguen a ver la exposición desde ahora y hasta su cierre, el 31 de diciembre de este año, abramos un espacio 7, el de conversación. Lo digo porque el país sabe cuánto ha sido criticado el trabajo de este organismo de la justicia transicional creada al amparo del Acuerdo de Paz con las Farc, porque hay quienes lo consideran sesgado y politizado. Yo misma, a pesar de mi apoyo al acuerdo de paz y gran respeto por los miembros de la Comisión, quedé con un ‘no sé qué’ al ver hace ya más de un año la obra de teatro que recogió las conclusiones de dicha comisión. Pero la exposición me parece un punto de partida perfecto para abrir esos diálogos que nos siguen faltando para encontrar la verdad.

Entonces hay que ir, aunque duela, porque la memoria no solo tenemos que construirla lo antes posible, como lo advirtió en el evento la embajadora de Alemania; ni solo porque el gran enemigo es el olvido, como lo dijo el presidente de la JEP; sino porque a esta memoria nuestra le hacen falta unas voces que quizá tienen vergüenza de contar su verdad, sin ponderar que esta no es menos legítima que la que ya se conoce.

Claudia Isabel Palacios Giraldo

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