‘Metámonos al rancho’

La educación sexual hay que impartirla desde temprana edad, y no solo en el colegio.

Lean con atención esta cifra: 6.229. Ese es el número de reportes por violencia sexual recibidos este año (con corte a octubre 31) por el Sistema de alertas de la Secretaría de Educación de Bogotá. ¡6.229! Y eso no es nada frente al discriminado de esa cifra por lugar de ocurrencia del hecho violento. La gran mayoría de los casos ocurren en los lugares que se suponen que deberían ser los más seguros para los y las estudiantes: ¡2.665 en el hogar y 2.522 en el lugar de estudio!

Y si nos fijamos en la edad de las personas que denuncian esos hechos, no sé a ustedes, pero a mí me da mucho coraje. 1.048 de 11 años, 1.423 de 12, 1.729 de 13, 1.471 de 14, 1.151 de 15. O sea, llegar a la pubertad es un hecho de alto riesgo. Claro que no crean que antes de esa edad no hay violencia sexual. ¡Más de 3.600 casos fueron denunciados por estudiantes entre los 3 –sí, los 3– y los 10 años de edad!, y desde luego la violencia sexual no acaba a los 15, pero para qué continúo con el bombardeo de cifras si eso es justo lo que no debemos seguir permitiendo, que la violencia sexual sea una cifra. Ahora bien, aunque el 73 % de los casos son denunciados por niñas y mujeres adolescentes, no hay que minimizar que los hombres también son víctimas de este tipo de violencia. 27 %, lo cual evidencia un fenómeno que se puede desbordar y deja secuelas igual de graves que las de las víctimas mujeres.

Pero veamos las estadísticas de otro modo. En este momento la Secretaría tiene en curso 265 procesos sancionatorios, de los cuales más de la mitad son por “irrespeto”. Ya sé que algunas personas estarán pensando que es una exageración contar casos de irrespeto como violencia sexual, pero justamente ahí está el punto que debemos entender y superar para poder empezar a encontrarle solución al problema.

La Secretaría de Educación lo explica así: “… se tiende a pensar que la violencia sexual se limita únicamente a actos sexuales y acceso carnal, pero lo que se ve con mayor frecuencia en las quejas de los y las estudiantes son actos como, por ejemplo, palabras o tocamientos inadecuados”. Si los y las estudiantes ya están identificando esto como un tipo de violencia sexual, y además se atreven a denunciarlo, es porque hemos avanzado como sociedad en desnormalizar comportamientos que convencionalmente nos ha parecido que hacen parte de la forma chévere y amigable de relacionarnos. Esas denuncias nos están diciendo que, al contrario de ser chéveres, son agresiones que tienen consecuencias.

Por ejemplo, limitan o impiden que una persona se sienta tranquila y segura para desarrollar su potencial y ejercer sus derechos. ¡Por qué es tan difícil de entender esto para muchos! Los datos también muestran otro aspecto importante de analizar. La violencia sexual no es, como pueden pensar algunos, solo un asunto de choque generacional, en el que los y las jóvenes son conscientes de algo que las personas mayores ven desde parámetros anticuados. La SED lo dice: “Dentro de los casos que se presentan en el lugar de estudio, el mayor porcentaje se da entre los mismos estudiantes”. Esto refleja que es insuficiente trabajar en los espacios escolares para prevenir la violencia sexual, pues lo que se aprende en casa incide en los comportamientos que los jóvenes llevan a la escuela. Por eso estoy convencida, aunque me caiga la maldición de quienes se inventaron la mentira de que impartir educación sexual es hacer ideología de género que ‘pervierte’ y ‘homosexualiza’, de que la educación sexual hay que impartirla desde temprana edad, pero no solo en el colegio, ¡no!, se los digo bien claro aunque se enfurezcan más, también en la casa. Y por eso, a quienes tenemos clara la relación de causalidad entre no educación sexual y violencia sexual les digo ¡‘metámonos al rancho’!

Claudia Isabel Palacios Giraldo

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