El fracaso de intentarlo

No podemos recibir el empoderamiento como otro mandato más que nos responsabiliza solo a nosotras.

A propósito de la proximidad del Día de la Mujer, hablaré de dos aspectos que considero fundamental atender para avanzar significativamente en equidad de género.

Uno es el acceso al empleo. Esto es vital para garantizar la independencia económica de las personas y minimizar las formas de violencia, en muchos casos asociadas a depender de otra persona para suplir necesidades básicas, como vivienda, alimentación y transporte. En esta materia, los datos del Dane sobre empleo en enero muestran una luz de esperanza. Si bien la brecha de desempleo entre hombres y mujeres es de más de 6 puntos porcentuales (11 % ellos y 17,4 % ellas), fue la generación de empleo para mujeres la que jalonó la producción de puestos de trabajo. De los 796.000 nuevos empleos creados entre enero de 2022 y enero de 2023, 476.000 los ocuparon mujeres, lo que confirma una tendencia de la pospandemia en recuperación del empleo femenino. Por eso veo con preocupación que algunos artículos del borrador de reforma laboral del Ministerio del Trabajo pueden implicar un retroceso en lo avanzado.

Por ejemplo, la ‘estabilidad laboral reforzada’ para varios grupos de población, entre ellos las personas cabeza de familia que no tengan otros ingresos, que tengan hijos o personas dependientes por estudio o incapacidad, sin una pareja que también aporte económicamente, puede ser un arma de doble filo, a pesar de que está pensada para proteger el empleo de los cientos de miles de mujeres (y hombres) en esa situación. El artículo plantea que para despedir a una de estas personas, además de justa causa y debido proceso, se requiere una autorización judicial. Pensemos como empleadores: ¿entre dos personas con perfiles similares para ocupar una vacante, contrataremos a la que ante la eventual necesidad de despedirla nos ponga en la tarea adicional de emprender un proceso judicial?

La medida afectaría más a las mujeres cabeza de familia que a los hombres de esta categoría, justamente porque el mercado laboral es más pequeño para ellas, por otros factores de inequidad y sesgos que aún siguen castigando el empleo femenino, como la posibilidad de quedar en embarazo y de ejercer la maternidad.

El otro aspecto que considero fundamental combatir para avanzar en equidad de género es el acoso sexual. Las empresas colombianas –tanto privadas como públicas– tratan este asunto como una papa caliente y no se han dado cuenta, o no se quieren dar cuenta, de la dimensión del fenómeno ni del impacto que tiene en el clima laboral y en la productividad, ni mucho menos de lo que significa en la vida personal y profesional de las personas acosadas. Resulta llamativo que a pesar de los casos de este tipo de acoso, que cada vez con más frecuencia conocemos públicamente, mencionar ‘ese asunto’ sea todavía un tabú. ¡Abran los espacios para que las víctimas puedan hablar tranquilamente de qué las hace sentir acosadas y para que quienes acosan se den cuenta de que sus comportamientos no son ni simpáticos ni halagüeños! ¡Creen las medidas tanto pedagógicas como sancionatorias para limpiar de una vez por todas los ambientes laborales! Cojan el toro por los cuernos y díganles claramente a sus colaboradores/as qué no es aceptable, por más normalizado que esté.

De poco sirve instar a las mujeres cada 8 de marzo a que se empoderen y a que hagan valer sus derechos si el resto de la sociedad no hace también los cambios de comportamiento y de políticas que garanticen que ese esfuerzo de las mujeres les dará beneficios en vez de nuevos problemas. Suficiente hemos tenido con navegar en un mundo desigual y recibir el empoderamiento como otro mandato más del que solo nos hacemos responsables nosotras, como para sumarle el fracaso de intentarlo.

Claudia Isabel Palacios Giraldo

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