El ‘bueno’ por conocer

¿Hasta cuándo elegiremos pensando en que alguien nos salve del abismo?

El resultado de las elecciones en Argentina demuestra que no siempre aplica el refrán que dice que es mejor ‘malo conocido que bueno por conocer’. Y bueno (como dirían los argentinos), quizá en este caso la gente tampoco haya votado pensando en que hay realmente un bueno por conocer sino solo en deshacerse del malo conocido. No digo malo en referencia a la ideología progresista y peronista del saliente presidente Alberto Fernández, sino a la catastrófica situación económica en la que su gobierno, el de su antecesor no peronista Mauricio Macri y los de sus predecesores los Kirchner dejaron al país que otrora fue una de las 10 economías más importantes del mundo.

Con esa racha era previsible que se gestara el ambiente para que surgiera un personaje antisistema, como lo es Javier Milei, que capitalizara la frustración de una sociedad golpeada en su bolsillo y en su orgullo patrio, y con tan poco más que perder como para estar dispuesta a decir ‘que entre el diablo y escoja’. Y eso fue lo que pasó, teniendo en cuenta la incertidumbre y temor que generan en amplios sectores de la sociedad las declaraciones que hizo en campaña el libertario, no solo sobre el manejo que piensa darle a la economía sino sobre derechos, como el muy emblemático derecho al aborto que lograron las mujeres argentinas.

Así las cosas, está por verse si hay chance de que el triunfo de Milei sea el triunfo del ‘bueno por conocer’. A juzgar por lo que él mismo advirtió en una entrevista que le dio después de la victoria al diario La Nación, el país tendrá que tener paciencia para juzgarlo: “Es probable que tengamos que soportar seis meses duros. El ajuste va a venir de todas maneras y puede tomar lugar con los políticos haciendo demagogia y que termine en una hiperinflación y que el ajuste sea monstruoso, porque va a mandar al 90 % de la población debajo de la línea de pobreza…”.

En fin, habrá que esperar para saber si llegaron o no mejores tiempos para la Argentina. En cualquier caso, los comicios de ese país son el más reciente ejemplo de que la democracia electoral que rige en la mayoría de los países occidentales se quedó corta para entender las sociedades que hoy tenemos. ¿Hasta cuándo vamos a seguir resignados a que gane el que se lleva la mayoría de los votos esencialmente por el temor de sus electores a que gane su contrincante?, ¿hasta cuándo soportaremos que gane el ‘menos malo’?, ¿hasta cuándo elegiremos pensando en que alguien nos salve del abismo?, ¿hasta cuándo prevalecerá la mirada binaria a los/as líderes, que nos impide reconocer las bondades de quien está en la orilla opuesta y los defectos de quien está en la misma nuestra?

No sé cómo debería ser un próximo modelo democrático, ni me hago ilusiones de que lo definamos pronto; solo dejo un par de reflexiones sobre dos aspectos que creo que deberían cambiar. El primero, las campañas presidenciales. Esos espectáculos en los que se construye una narrativa como si el objetivo fuera elegir al ganador de un reality show, son cortinas de humo que impiden que los/as ciudadanos hagan bien el ejercicio de seleccionar a la mejor persona para dirigir un país y enfrentar problemas para los cuales se requiere mucho más que el carisma y la capacidad retórica que se prioriza durante las campañas.

El segundo, el conocimiento ciudadano sobre política y democracia. Espero que estos tiempos en los que nos sentimos tan empoderados por poder opinar y cuestionar a diestra y siniestra nos sirvan para madurar nuestros conceptos de participación ciudadana y para evolucionar este ejercicio de manera que entendamos que en ‘la novela’ de nuestros países, no solo los presidentes, los políticos y los poderosos deben hacer bien su papel, sino que los y las ciudadanas debemos hacer el nuestro con vocación de protagonistas y no de extras.

Claudia Isabel Palacios Giraldo

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